Cinco años del 15M

Cinco años después, la política española no podría entenderse sin el 15M. Y, a la vez, aún no es sencillo calibrar en toda su magnitud aquella vibrante revuelta ciudadana para reclamar cambios en la democracia. Se atacó y menospreció mucho. Aún se sigue haciendo, pero pocas personas que no estén intoxicadas de sectarismo negarán hoy que el 15M fue algo más que "una pocilga fotogénica", como lo describía hace unos días Esperanza Aguirre en El Mundo. Se caricaturizó el movimiento ciudadano, hablando de perroflautas. Insultos de los que se apropiaron y a los que dieron la vuelta los participantes en aquellas protestas, personas de todo tipo y condición, de toda ideología, de toda edad, lo sabe bien cualquier que paseara por Sol aquellos días sin anteojeras ideológicas o partidistas. Por supuesto que aquella irrupción de indignación ciudadana, y sobre todo lo que vino después, tuvo defectos. Obviamente. Pero cinco años después, cuesta no concederle a aquella acampada en Sol la importancia que ha tenido en nuestro país durante este periodo. 
Lo primero que recuerdo de aquellos días es lo lentos que estuvieron los medios a la hora de dar cuenta de esta acampada. Estábamos en plena campaña electoral y los discursos de los candidatos a las municipales y autonómicas llenaban portadas de medios y programas de televisión. Las protestas ciudadanas, reclamando una democracia real, pidiendo una reforma de la ley electoral, clamando contra la desigualdad disparada por la crisis, quedaron aparcadas. En parte, porque costaba entenderlas. Recuerdo bien esa sensación de extrañamiento de tantos líderes políticos. Entonces nadie, ni siquiera quienes estuvieron en Sol desde el principio, sabía bien en qué iba a derivar el 15M. En esos días hubo dos formas de proceder ante el movimiento, que básicamente son las dos que se repiten hoy, cinco años después: la de quienes quisieron sumarse al carro de los indignados desde la clase política y la de quienes ridiculizaron el movimiento y pidieron a esos ciudadanos indignados que si tan mal funcionaba el país, montaran un partido político y se presentaran a las elecciones.

No entendieron, no entendimos, casi nada. Rápidamente se buscaron responsables ocultos, instigadores de las protestas. Por qué surgía en plena campaña electoral. Quién estaba detrás. A quién beneficiaban esas protestas. Qué partido podía capitalizar ese estado de cabreo y esas ansias de cambio en las urnas en las elecciones del 25 de mayo. Fueron preguntas de corto alcance. Debates que no alcanzaron a tomar conciencia de la trascendencia de aquellos días. Porque tal vez sonaba demasiado hermoso, o demasiado peligroso, según quién lo juzgara, claro, que un movimiento social, nacido desde abajo, sin siglas políticas, llenara las plazas de España y fueran ganando adeptos con esloganes pegadizos y un grito de indignación

En esos días, los casos de corrupción ya inundaban los informativos, día sí y día también. La tasa de paro era del 40%. Y la frase más repetida hablando de los jóvenes, y también de los parados, era por qué no se movían. Por qué nadie protestaba. A qué venía esa resignación. Cómo podían tener tantas tragaderas a quienes se les estaba hurtando el futuro. Por qué aquellos que lo habían perdido todo, el trabajo, la casa, el proyecto vital, parecía aletargado. Es increíble. Nadie se mueve. Nadie alza la voz, escuchábamos entonces. Los jóvenes ya no son lo que eran, decían. Pero todos los jóvenes han querido cambiar el mundo, todos con el mismo resultado. Aun así, es algo muy necesario. Y quizá alguna generación, quién sabe, lo consiga. Y es esa sensación de estar viviendo y haciendo la historia, de estar asistiendo al nacimiento de algo grande, de haber despertado al fin ("dormíamos, despertamos") lo que atrajo a tantas personas del 15M, lo que le dio ese halo de fascinación, tal vez inmerecido, probablemente excesivo, pero inevitable. 

Es demasiado arrolladora la energía de un grupo inmenso de ciudadanos diciendo hasta aquí hemos llegado, basta ya de corruptelas y de recortes que intentan culpabilizar a los ciudadanos por haber vivido por encima de sus posibilidades, que les hacían pagar las facturas de los platos rotos por otros. La energía de los gritos mudos a medianoche. El ir escribiendo la historia del movimiento de forma improvisada apresurada. Asambleas, comisiones, manifestaciones, propuestas. Fue demasiado inspirador el 15M como para despacharlo con dos estereotipos y cuatro prejuicios, sobre todo si estos llegan de miembros de ese sistema destartalado y corrompido contra el que se levantaron los ciudadanos en Madrid y el resto de España

De la órbita del 15M nació la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), decisiva para evitar tantos desahucios y para abrir un debate necesario sobre la legislación en esta materia en España. También el 15MPaRato, que ha jugado un rol decisivo en la investigación de las presuntas corruptelas en Bankia, desde las tarjetas black hasta los engaños con las preferentes. En las fuentes del 15M bebieron las agrupaciones ciudadanas que hoy gobiernan importantes ciudades de España como Madrid, Barcelona, Cádiz o Santiago de Compostela. En los tiempos en los que nació el 15M, el bipartidismo seguía campando a sus anchas. Hoy, huelga decirlo, el escenario político es radicalmente distinto, está mucho más fragmentado. El nivel de exigencia de los ciudadanos a sus responsables políticos, aunque todavía deficiente, es mucho más elevado. El rey Juan Carlos abdicó, y no digo que lo hiciera por el 15M, naturalmente, pero sí que ese clima de indignación, de no tolerar más engaños ni corruptelas que expresó este movimiento ha provocado una mayor asunción de responsabilidades de los líderes políticos. 

Esta semana, las organizaciones de los creadores del 15M han pedido a Podemos e Izquierda Unida que no utilicen el movimiento de los indignados, que jamás tuvo siglas de ningún partido, y cuyos continuadores se mantienen en la sociedad civil. Evidentemente, Podemos ha sabido catalizar buena parte de ese descontento que recorrió las plazas hace un lustro. Pero el partido de Iglesias no puede apropiarse de aquel movimiento, que fue transversal y ciudadano. Después derivó en otra cosa, sí. Se fue deteriorando, se fue perdiendo el mensaje original. Pero ese grito de hartazgo fue atronador. Y no pocos cambios en la política española en este periodo son ecos de aquel

En los años de la burbuja, cuando éramos ricos y brindábamos con cemento, nadie decía nada de comisiones, casos de corrupción, escándalos o regeneración democrática. Pero llegó la crisis y emergieron todos los escombros en cuanto bajó el nivel del agua. Lo que parecía un lago próspero no era más que una ciénaga apestosa. Y chapoteando en ella seguimos. Lógicamente, estar descontento con el sistema no es suficiente. Negar que hay múltiples defectos en el sistema institucional español es bastante cándido. Los partidos grandes se han montado un entramado de enchufismo en el que las malas prácticas no son casos aislados, sino más bien la norma. La desigualdad es enorme. Y son necesarios cambios urgentes. Pero no basta con la negación de lo que existe ahora. Se deben proponer alternativas. No se han de pedir al 15M, o desde luego no se les debían pedir entonces, porque ejercía de luz roja de alarma, de grito de auxilio, de canto indignado. Y su valor era ese. Exactamente ese, ponerse de manifiesto el descontento de los ciudadanos. Cosa distinta es que nadie lo haya escuchado o que hoy, sustancialmente, poco haya cambiado (para bien) desde ese 2011, en lo que la situación de los ciudadanos se refiere, porque ya sabemos todos que los números macroeconómicos están preciosos y mejoran por momentos. Pero en aquello por lo que protestaban los ciudadanos en Sol hace un lustro, poco se ha mejorado.

¿Es mejor hoy la situación política que entonces? ¿Tanto ha influido, para bien el 15M? Tengo mis dudas. Inmersos como estamos en la precampaña de unas elecciones convocadas tras los comicios de diciembre, por la incapacidad de los políticos de ponerse de acuerdo, con el PP paralizado por puro tacticismo, el PSOE sin saber lo que quiere ser de mayor (o con quién quiere serlo, al menos), Ciudadanos exhibiendo un funambulismo pasmoso y Podemos dominado por la arrogancia insufrible de su líder, poco parecemos haber avanzado. Lo peor es que el 15M provocó un interés mayor por la política. Y eso es bueno, siempre. Porque una ciudadanía interesada en la política será más exigente con sus responsables. Y el mayor castigo para aquellos a los que no les interesa la política es ser gobernador por quienes sí les interesa, como dice aquella frase tan citada de Arnold J.Toynbee. Porque la historia enseña que es peligroso que en una sociedad cunda el desapego absoluto con sus dirigentes, ese que de forma tan nítida expresaron quienes se manifestaron hace cinco años en Sol y que los gobernantes no han escuchado, o sólo de un modo muy distorsionado. 

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