Taxi Teherán

Las películas que suele programar Renfe en sus trenes de larga distancia suelen ser comerciales. Comedias entretenidas o cintas de animación para todos los públicos, preferentemente. O películas donde un superhéroe todopoderoso salva al mundo. Pero también hay excepciones. El otro día, volviendo a Madrid desde San Sebastián, en la programación del tren aparecía Taxi Teherán, del director de culto iraní Jafar Panahi, que no casa con aquella descripción de las películas que habitualmente se exponen en los trenes de Renfe. Es, al tiempo, un canto de amor al cine, un retrato costumbrista de la sociedad iraní, un drama social con tintes de comedia y un acto rebelde y heroico

El régimen islámico que gobierna en Irán, a pesar de una cierta apertura en los últimos tiempos, impone una visión cerrada de la sociedad, bajo el manto asfixiante de la religión. Una lectura fanática que, por ejemplo, impide a directores como Panahi rodar películas. Esta cinta fue grabada de forma clandestina. Él no puede rodar cintas porque incumple las imposiciones ciegas de las autoridades. Pero el cine, su poder de denuncia, se abre paso. Nadie pone puertas al campo. Es lo que tiene de fascinante esta cinta. Antes que las historias contadas, también interesantes. Más allá de su estilo, de las limitaciones técnicas impuestas precisamente por la condena a Panahi, lo más asombroso del filme es su propia existencia. El logro del cine y de la defensa de las libertades y los derechos a través del séptimo arte. La película aparece sin créditos, para evitar represalias de las autoridades contra las personas que ayudaron al director, que no pudo acudir a Berlín a recoger el Oso de oro que premió a esta clandestina Taxi Teherán

El filme está rodado con apariencia de documental, con Panahi conduciendo un taxi por las bulliciosas calles de Teherán al que suben personas anónimas y también conocidos del director como varios miembros de la oposición al régimen iraní. En una de las escenas de la película, que retrata con maestría y sin renunciar al humor la realidad de Irán hoy en día, el cineasta habla con su sobrina, a la que le han encargado en la escuela rodar una película. Su maestra le ha dado instrucciones para que la película sea apta para ser distribuida. Es decir, todo aquello que incumple su tío, la razón por la que en 2010 le condenaron a 20 años de inhabilitación para hacer cine, condena que incumplió sólo un año después con Esto no es una película, rodada íntegramente en su casa, en otro acto de resistencia heroica. En esa escena, la joven explica a Panahi, que adopta en la cinta la postura de quien interroga y sabe escuchar a todos los ocupantes de su taxi, que las películas deben respetar el velo islámico, impedir que lleven corbatas los buenos de las películas, que deberán tener nombres de la tradición islámica. Y, por supuesto, las cintas no pueden recrearse en lo que tenga de feo la sociedad, ni hablar de política ni economía. No se puede hacer "realismo sórdido".

Lo de ponerle adjetivos al término realismo, salvo que el epíteto sea mágico, es propio de regímenes totalitarios. Lo que pretenden las autoridades iraníes es que las películas rodadas en su país muestren un mundo idílico y virtuoso que no existe. Panahi muestra en este filme que basta con captar escenas de la vida cotidiana de la capital de su país para mostrar todo aquello que los gobernantes quieren ocultar. Además, con tono pausado. Sin remarcar nada. Y con humor, que es siempre síntoma de inteligencia, más aún si procede de personas en una situación tan desesperada como la de Panahi, a quien se le ha prohibido hacer su trabajo. Sin mensajes explícitos a la cámara. Con imágenes de una enorme potencia, como esas rosas que una abogada defensora de opositores coloca en el coche "para las gentes del cine". 

Con una cámara situada en el salpicadero del coche, Panahi se dedica a hacer realismo. A captar en cada historia, en cada personaje que aparece por el vehículo, un retrato de la sociedad iraní. El papel menor reservado a las mujeres, a la sombra del marido. El peso de la religión y las supersticiones (imperdible una escena con unos peces).  El tráfico de películas occidentales, porque está prohibido ver cine estadounidense. Aparece al comienzo del filme un vendedor ilegal de cine que se dedica a introducir en el país y comercializar series televisivas y películas. "Sin mí no hay más Woody Allen", dice en un momento de la historia. También se incluyen debates sobre la pena de muerte. Y la opresión y el miedo con el que viven los opositores al régimen, siempre con una detención arbitraria en el horizonte, con el hostigamiento del régimen acechando. 

Taxi Teherán es una gran película porque demuestra que el cine es una cuestión de talento y voluntad, no de presupuestos económicos. Es una cinta que encarna el poder inmenso del séptimo arte. Si capacidad como arma de batalla, como herramienta de resistencia. El compromiso de Panahi, que sabe que el modo en el que mejor puede ayudar a la apertura en su país y al respeto a los derechos y libertades de sus compatriotas es seguir rodando películas, y su arrojo para continuar haciendo su trabajo y compartiendo su arte son una brisa de aire fresco. Una oda al cine. Una película especial. 

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