Cosas que no cambian

Hace siete días estrenamos un nuevo año pero comprobamos rápido que hay cosas que no cambian. En concreto, las lacras e injusticias que nos espantaban en 2015 siguen acompañándonos en 2016. Dos mujeres han sido asesinadas por sus parejas en España en lo que llevamos de año. Una mujer de 33 años fue apuñalada por su pareja en Guadalajara el día 5 de enero. Antes, otra mujer de 43 años fue asesinada por su marido en el distrito madrileño de Hortaleza. El día 6 se descubrió que la mujer que apareció muerta en una vivienda de Málaga que había sufrido un incendio había sido estrangulada, por lo que no se descarta la muerte violenta, aunque aún no se ha confirmado que se trate de un nuevo caso de violencia machista. 

2016 comienza, pues, con la lacra del machismo asesino. Con las mujeres que pierden la vida porque sus parejas creen que son suyas, que les pertenecen. Mujeres asesinadas por el último eslabón de una cadena, la del machismo, la del patriarcado, la de la estúpida y repugnante dominación de las mujeres, que hay que romper desde el comienzo, desde cada pequeño gesto de control a una joven, desde el regalo distinto que se hace a los chavales en función de si son niños o niñas. Cambiamos de año con las mismas asignaturas pendientes. Y dos asesinatos nos lo recuerdan. Demasiado pronto. Demasiado bochornoso. Demasiado doloroso. La sociedad sigue viéndose fea cuando se mira al espejo, sigue avergonzándose, o así al menos debería reaccionar, ante la brutalidad de las mujeres a las que sus parejas les arrebatan la vida. 2015 fue un año pésimo y este 2016 no podía haber empezado peor. 

Y mientras, descubrimos que en España sigue habiendo muchos discursos reaccionarios, machistas, de dos o tres siglos atrás. Constatamos con asombro hace unos días, por ejemplo, que el Tribunal Supremo rechazaba el atenuante de los celos en los casos de violencia machista. Es decir, que hasta ahora, siglo XXI, en España a un hombre le podía salir más barato asesinar a su mujer si, ay pobre, sentía celos. Y, ya que hablamos de siglos pasados, con la Iglesia hemos vuelto a topar. Esta vez ha sido el arzobispo de Toledo quien compartió en una misa su visión sobre la violencia machista. Vino a decir, básicamente, que todo es culpa de la víctima. Que estos casos suelen ocurrir cuando ellas, dónde van, piden el divorcio. Y claro, como no aceptan las imposiciones del marido, a quién se le ocurre, pasa lo que pasa. 

Por si sus declaraciones parecían poco carvernícolas, ahondó más en su explicación. Nunca dejará de sorprender, por cierto que precisamente personas que tienen prohibido casarse den esas lecciones sobre el matrimonio, como si yo empezara aquí a disertar sobre la física cuántica. Lo que pasa muchas veces en estos matrimonios, dijo el señor Braulio Rodríguez, es que no hay auténticos matrimonios, sino "otro tipo de uniones afectivas donde casi lo único que les une es lo físico, lo genital y poco más". Tampoco parece del todo comprensible esa obsesión con "lo genital" de ciertos prelados. Concluyó su exposición diciendo que, claro, a él también le preocupan los asesinatos de mujeres a manos de sus parejas, pero que le parece mal que se les llame violencia de género. Y no, no creo que sea precisamente porque prefiera la demoninación de violencia machista. 

Y así seguimos. En Nochevieja se vivió un acaso brutal de unos mil hombres contra cientos de mujeres, que fueron agredidas sexualmente. La policía fue incapaz de frenar esa actitud criminal, un grupo organizado de hombres que se dedicó a rodear y agredir a mujeres aprovechando el barullo de la última noche del año. Hay relatos espantosos de lo ocurrido. Las autoridades no han estado a la altura. Y menos aún la alcaldesa de Colonia, a quien no se le ha ocurrido otra cosa que dar "consejos de comportamiento" a las mujeres para evitar acosos así como, por ejemplo, "no irse con uno o con otro" o "mantener un brazo de distancia". Le faltó recomendar recato en el vestir. Afortunadamente, desde el gobierno alemán se han desmarcado de estas declaraciones. Se trata de perseguir y detener a los culpables, no de responsabilizar a las víctimas. Por completar el cuadro de reacciones inadecuadas a lo ocurrido, no ha faltado quien, dado que la mayoría de los agresores, al parecer, era procedente de África, han relacionado estos abusos repugnantes con los refugiados, así en general, enturbiándolo todo. 

Y esto nos lleva a otra injusticia que 2016 hereda del 2015. Siguen muriendo niños frente a las costas europeas. Siguen las dramáticas historias personales de quienes huyen de la guerra y buscan una vida mejor en un continente cuyas señas de identidad, el respeto a los Derechos Humanos, la acogida de quien reclama refugio, la solidaridad, se están diluyendo de un modo pavoroso ante el drama de los refugiados. Sigue la burocracia torpedeando el plan de acogida. Siguen los voluntarios dando la cara por los gobernantes insensibles a los dramas humanos que claman auxilio y por la sociedad que mira hacia otro lado y no se inmuta ante las muertes a las puertas de Europa. El Mediterráneo es un inmenso cementerio de sueños. Pero seguimos sin querer darnos cuenta de ello. 

Y mientras mueren asesinadas por sus parejas mujeres en pleno siglo XXI en nuestra sociedad, mientras fallecen seres humanos indefensos que buscaban en Europa comenzar una nueva vida, nosotros seguimos a los nuestro. ¿Qué es lo nuestro? Politizarlo todo. Incluidas las cabalgatas de Reyes. El día 5 de enero, con Arabia Saudí e Irán en abierto enfrentamiento con imprevisibles consecuencias, Obama clamando por el control de armas en Estados Unidos, los citados casos de asesinatos machistas, los graves sucesos de Colonia y un largo etcétera, no parecía haber nada más importante que la vestimenta de los Reyes Magos en la cabalgata de Madrid. Si te gustaba, eras un rojo peligroso. Si no, un facha. Los españoles seremos capaces de muchas cosas, no lo dudo, pero lo que mejor se nos da es hacer un debate político sectario y cicatero de cualquier tema, incluido algo que debería escapar tanto al politiqueo como una cabalgada, un acto para los niños. Ni por esas. Todavía hay quien se pregunta si nos merecemos la mediocre clase política que tenemos. Dense una vuelta por Twitter y me lo cuentan. No sólo es que nos la merezcamos, es que son el vivo reflejo de una sociedad incapaz de respetar (no digo ya de entender) al diferente. Tan sectaria y bravucona como en 2015. 

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