Los Oscar encumbran a Birdman y afrentan a Boyhood

Las emociones que despierta Boyhood trascienden a cualquier premio. Su capacidad para conmover al espectador y captar como nunca antes en el cine el paso del tiempo, el discurrir de la vida, está por encima de cualquier galardón. Tenía pensado empezar así la crónica de los Oscar fuera cual fuera el resultado de la entrega de los premios. Reconozco que habría sido más elegante comenzar así si la prodigiosa cinta de Richard Linklather hubiera sido la gran triunfadora de los Oscar. Cosa que, para mi tristeza, no ha sucedido. La muy original y notable Birdman, de Alejandro González Iñárritu se ha llevado cuatro premios, entre ellos el de mejor película, mejor director y mejor guión original. Así que para la cinta del cineasta mexicano van hoy las felicitaciones.

Toda gala de premios artísticos en la que se pone a competir a distintas creaciones culturales parte de un imposible, que consiste precisamente en confrontar a unas películas con otras. ¿Cómo se puede determinar cuál es mejor? ¿En qué consiste exactamente y quién lo establece qué es ser mejor? A nadie se le ocurriría comparar un Velázquez con un Miguel Ángel, por ejemplo, o una composición de Mozart con una de Beethoven. Sencillamente porque la cultura no pueden regirse por criterios objetivos. Es la exaltación de la subjetividad, de las emociones, de los sentimientos. Es todo lo contrario a aquello que puede ser medido y cifrado. En cine, dos más dos nunca son cuatro ni hay verdades absolutas. "La sociedad está obsesionada con la competición y me parece horripilante. Lo odio. Preferiría que, en lugar de haber un ganador, los Oscar se limitaran a mostrar los mejores trabajos del año", dijo ayer González Iñárritu, que por su excepcional trabajo merece, insisto, el triunfo logrado ayer. 

Sí, ya sé. Suena a burda excusa para salir en defensa de mi película favorita anoche, lo cual, por otra parte, es una enorme contradicción, porque chirría que defienda que los filmes no se pueden enfrentar ni medir entre sí al tiempo que me declaró seguidor confeso de una de las cintas que competían ayer por alzarse con la gloria en el Teatro Dolby de Los Ángeles. Los seres humanos estamos compuestos de contradicciones. Seguir una gala de entrega de premios cinematográficos pasa por aparcar la obviedad de que carece de sentido confrontar a distintas creaciones artísticas. Y parte del juego, qué duda cabe, es haber visto todas o la mayoría de las candidatas para así poder juzgar si los seis y mil y pico miembros de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos han acertado o no. Aunque sepamos que nadie puede establecer qué es una buena película y cómo se define, no digamos ya de qué forma se puede poner en competición con otras. 

Birdman, la gran triunfadora de la noche, es una película sensacional. Rodada con un falso plano secuencia de principio a fin, muestra el asombroso talento de su director, que ideó una historia tragicómica sobre un actor venido a menos que pretende recuperar su crédito dirigiendo y protagonizando una obra de teatro. Se ríe, e incluso ataca, a actitudes de la industria del cine, de la sociedad, de los medios, de la crítica... Habla del ego, de la confusión de algunos seres entre amor y admiración, del arte, del cine dentro del cine. Es una película muy loca, magnífica. Segundo año seguido en el que triunfa un director mexicano, por cierto. Es una película recomendable y nada convencional. Una digna ganadora de los Oscar. Nadie puede definir mejor Birdman que su director, como es lógico. "El miedo es el condón de la vida que no te permite hacer lo que quieres. En Birdman lo hice sin condón y la experiencia fue real", contó. ¿Qué se puede añadir? 

 Por seguir con el extraño paralelismo entre el cine y otras disciplinas que sí se pueden medir y pueden entrar en competición (pongamos, el fútbol y sus goles), como seguidor de Boyhood, podríamos decir que creo que ha perdido ante un rival de gran nivel.  Pero claro, para mí Boyhood es algo especial, distinto. Está fuera de categoría. Trasciende a cualquier premio, sí. Y para mí, ya lo siento, los Oscar 2015 serán probablemente recordados como aquellos en los que se afrentó, suena muy grave y en realidad no es para tanto, aceptamos que se entra a un juego sin reglas marcadas ni forma objetiva de definir aciertos y errores, a una cinta memorable, excepcional, única. Cada vez que escucho alguna de las canciones que componen la bellísima banda sonora de la película (en especial la exquisita Hero, de The Family of the year) o veo alguna escena del filme algo se remueve por dentro. Y pocas películas, muy pocas, han logrado ejercer sobre mí un efecto similar. Por eso para mí Boyhood sigue significando algo difícil de definir y, por supuesto, imposible de poner en valor con todos los premios del mundo. 

Se dice mucho, y es algo que disgusta a sus críticos, pero lo voy a repetir otra vez aquí, porque esta quizá sí sea la última vez en bastante tiempo que hable de Boyhood en el blog (o quizá no): esta película es la vida misma. ¿De qué va? De la vida. Para eso ya tenemos la nuestra, se podría responder. Y, sin embargo, hay algo de mágico en el mundo de Boyhood. La magia de lo verosímil, lo extraordinario de captar la esencia de lo ordinario, la poesía de la prosaica existencia de cada uno de nosotros, los momentos que dan sentido a la vida y las pequeñas miserias que irremediablemente le acompañan. No transmite esta cinta una visión pesimista o melancólica de la existencia. O no particularmente. O no más de lo que, en efecto, es la vida. Pero sí remarca el discurrir de la vida de un joven desde los seis años hasta los 18, ese proceso clave. Y señala la fugacidad del paso del tiempo y la importancia de sabe disfrutar de los momentos de alegría que nos regala la vida.

En parte creo que me habría gustado que Boyhood triunfara ayer en los Oscar, y de ahí que me esté saliendo una oda a una película que sólo ganó un premio en lo que debería ser una crónica de la entrega de los premios, porque todos nos sentimos representados en esa película. Todos habríamos ganado un poco. Sé que Boyhooh me acompañará toda la vida e intuyo que dentro de muchos años con otros ojos. Y así como hoy me maravilla el modo en el que capta la infancia, la adolescencia, el despertar de la conciencia del joven Mason, sus primeros amores y el nacimiento de su vocación, mañana me fascinará aún más de lo que ya lo hace el reflejo preciso de la paternidad en esos dos padres divorciados que sólo intentan hacerlo lo mejor posible para sus hijos y que, con frecuencia, están tan perdidos como ellos y sólo improvisan, porque nadie sabe de qué va esto de la vida y es lo que corresponde, la única forma posible de estar en el mundo. Patricia Arquette, que interpreta a la madre de Mason, recogió ayer el premio a mejor actriz de reparto y reivindicó la igualdad salarial entre hombres y mujeres. 

Del resto de los premios, como digo, Birdman se llevó cuatro Oscar, los mismos que Gran Hotel Budapest. La cinta De Wes Anderson triunfó en categorías técnicas que, por cierto, deberíamos empezar a situar en el mismo nivel que los considerados premios grandes. Es cierto que el Oscar a mejor película es un reconocimiento a todo el equipo y comprendo por ello que se le dé una trascendencia especial, pero de ahí para abajo, tan importante es la banda sonora como la interpretación protagonista, tanto el montaje como el diseño de vestuario. Porque el cine también es una experiencia visual y también ha de ser reconocido ese apartado que, según cuentan, yo no la he visto, luce espléndido en Gran Hotel Budapest. Sus cuatro Oscar fueron a mejor banda sonora, diseño de producción, maquillaje y peluquería y vestuario. 

Como se esperaba, Julian Moore ganó el Oscar a mejor actriz protagonista por dar vida a una enferma de alzheimer en Siempre Alice y Eddie Redmayne ganó en la categoría de mejor actor protagonista gracias a su papel de un joven Stephen Hawking en La teoría del todo. También estaba cantado el Oscar a mejor actor de reparto para Jk Simmons, que no interpreta en Whiplash a un profesor sádico y despóstico de un conservatorio que se creen en derecho de tiranizar a sus alumnos por el bien de la humanidad, sino que directamente se convierte en él. O sea, lo que hacen los grandes actores. Lo que ocurre pocas veces. No es convincente en ese personaje, es directamente ese personaje. Por cierto, la perturbadora Whiplash también ganó los Oscar a mejor montaje y mejor mezcla sonora. 

El francotirador, la muy taquillera película de Clint Easwood, se llevó sólo un Oscar, el de mejor montaje de sonido. Otro premio que se daba por hecho y donde no hubo sorpresas fue el Oscar a mejor película extranjera para la polaca Ida, que lo ha ganado todo en todas partes y que dejó sin galardón a la argentina Relatos Salvajes. The imitation game logró el Oscar a mejor guión adaptado. Cuentan que la gala tuvo un carácter político y reivindicativo en algunos momentos, lo cual no debe llamar la atención porque el cine habla de la vida, de lo que nos rodea, de los que nos pasó o nos ocurre, de lo que intentamos comprender o no podemos. Cómo no van las gentes del cine a hablar de todo ello en una noche como la de los Oscar. La noche en la que la Academia encumbró a Birdman y afrentó a Boyhood.  

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