Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia, máxima favorita para los Oscar, y Boyhood, gran triunfadora de los Globos de Oro, son películas muy diferentes pero, a la vez, comparten cualidades. Ambas se caracterizan por romper normas, por combatir ese tópico que dice que todo en el cine está inventado. En ambos casos, el primer aliciente de los filmes no se debe tanto a la historia que narra cuanto al modo en que lo hace. Aunque, por supuesto, después la trama está a la altura de sus hallazgos técnicos o visuales que le hacen de partida tan originales. Como saben, la cinta de Richard Linklater está rodada durante varios periodos de 12 años seguidos y logra captar como nunca antes en una pantalla el paso del tiempo. La película de Alejandro González Iñárritu rompe esquemas visuales al presentar toda la cinta como un único plano secuencia figurado. En una labor de montaje excepcional, el espectador tiene la impresión de que toda la cinta, salvo un breve espacio al final, se desarrolla en un solo plano. Es un planteamiento sugerente y rompedor, más si cabe viniendo del director mexicano, que en anteriores obras había recurrido, paradójicamente a las historias fragmentadas (recuerdo Babel). En esta película todo transcurre en el interior o en los alrededor de un teatro de Broadway que la cámara recorrre tras los actores de principio a fin. Sublime.
La película rompe con los anteriores trabajos de Iñárritu, además, porque adopta un tono de comedia. Comedia negra, si quieren. Triste. Extravagante, sin duda. Inclasificable. Tragicomedia, quizá más bien. Pero comedia al fin y al cabo. Una cinta, de hecho, muy divertida. La película cuenta la historia de un actor que se hizo famoso interpretando a un superhéroe en varias partes de una saga (Birdman). El actor, en horas bajas, busca reencontrarse a través de una obra de teatro que adapta, produce y protagoniza. No logra el protagonista, brillantemente interpretado por Michael Keaton (dicen que este año el Oscar tiene su nombre y no resulta extraño),sacudirse ese papel de hombre pájaro que le llevó al estrellato. Tanto es así que sigue presente en él, literalmente. Escucha lo que le dice su otro yo, que es más bien severo con el actor que busca recorrer caminos menos trillados, menos comerciales, más artísticos. Y cree que mantiene los superpoderes de su personaje.
La cinta nos muestra a muchos personajes inclasificables. Es una cinta inclasificable en sí misma. Extraña, muy loca, en el mejor sentido del término, si es que este término puede tener una acepción negativa en el cine. Está el protagonista, ese actor egocéntrico y desnortado que sólo se preocupa de seguir siendo querido, reconocido por la calle, admirado. "Siempre confundiste el amor con la admiración", le espeta en un momento de la historia su exmujer. Es un mal padre con su hija, que acaba de salir de rehabilitación para dejar su adicción a las drogas. Le ayuda en la tarea de poner en pie la obra un amigo abogado que termina sacando siempre las castañas del fuego, pero que se deja cegar por el afán de notoriedad. Sobresale también el papel interpretado por Edwrad Nordon, un actor exitoso que fuera del escenario es un perfecto desastre, un despóta, un engreído. Tenemos también a una resentida y amargada crítica cinematográfica o a unas actrices inseguras e inestables. Y así todo.
El retrato, como ven, es bastante poco amable. Hay momentos de mucho patetismo, pues de va, en el fondo, la historia. De la necesidad de todo el mundo de ser querido. De los efectos colaterales de la fama. De las relaciones personales. Del egoísmo. Por supuesto, del cine. Siempre es interesante cuando el séptimo arte habla de sí mismo. Es algo así como los periodistas charlando sobre el estado de su oficio, pero con mucho más talento. E Iñárritu lanza en esta película que cuenta con nueve nominaciones a los Premios Oscar bastantes dardos envenenados hacia la industria cinematográfica. No deja en demasiado buen lugar a esos blockbuster de escasa calidad artística que atrae por los efectos especiales a ingentes masas de espectadores poco exigentes. Tampoco a los actores guaperas engreídos. Ni, ya puestos, a los críticos. Ni a la sociedad en que vivimos, pues el retrato sobre la obsesión con las redes sociales es también uno de los puntos fuertes del filme. Se diría que, premiando esta película, Hollywood hace un ejercicio de autocrítica notable, pues parece evidente que Iñárritu se ríe con descaro de ciertas prácticas asentadas en la industria cinematográfica. JUega mucho a eso la cinta, pues como un juego también debe interpretarse la presencia de Keaton, precisamente, en el papel de actor encasillado en el superhéroe al que dio vida en el pasado (en su caso, Batman). La película se ríe de todo, de sí misma incluso.
Es Birdman una cinta muy personal. De esas en la que al espectador le queda la sensación de que el director se ha quedado a gusto, ha hecho exactamente la película que quería, que tenía en mente por alocada y extravagante que fuera aquella idea inicial. Que no se ha puesto la más mínima barrera. Es decir, que ha hecho justo lo que se espera de un creador, que sorprenda, que arriesgue, que sea osado. E Iñárritu, nadie podrá negarlo, lo es en esta historia. Hay alguna escena que parece particularmente inverosímil, que da la impresión de no venir a cuento, pero el director las incluye. Ha rodado la película como quien va al frente a pecho descubierto. Sin dar un respiro. Con todo. Ha arriesgado al máximo. Es, por eso mismo, una película, digamos, extraña, peculiar, intensa, de las que no gustará a toda clase de público, quizá. Tiene momentos de extraordinaria brillantez, de osadía colosal, de magníficos hallazgos. Cuenta Birdman con esa cualidad cada vez menos frecuente en el cine de sorprender, de arriesgar, de no ponerse límites, de ir más allá de lo convencional.
En este sentido, Birdman también se asemeja a Boyhood, y perdón por regresar siempre a la cinta de Linklater, pero es que es un lugar maravilloso al que volver. Se parecen ambas porque las dos se salen de lo común y en ambas se refleja la personalidad de sus creadores. Son apuestas arriesgas. La segunda, por el sistema de rodaje y por convertir en extraordinaria la más común de las historias, en lírico el prosaico paso del tiempo, en obra de arte la representación de una vida reconocible y nada fuera de lo normal. La primera, por ese plano secuencia de cabo a rabo y por la arrolladora originalidad de la historia. Dos apuestas personales de sendos cineastas. Dos películas arriesgadas, diferentes, que suponemos nacieron en la cabeza de sus directores de un modo concreto y han sido plasmadas tal cual idearon. Dos genialidades. Se ha debido de quedar a gusto, sí, Iñárritu con esta tragicomedia tan extravagante como sugerente.
Nada hay más subjetivo que los gustos cinematográficos de cada cual, de ahí que los premios sirvan, sí, para dar promoción a buenos trabajos, para atraer al público al cine, para mayor gloria de quienes aman al séptimo arte, y particularmente de quienes lo producen, pero tengan poco sentido. ¿Quién estable que una película es mejor que otra? ¿Eso cómo se hace? ¿Qué criterios se pueden seguir? Al final, creo, es cuestión de gustos, de emociones. Uno de los atractivos de ver las películas con más nominaciones unos premios de cine es aquello de tener con quién ir, de apostar por tu favorito en cada categoría, para lo que se requiere haber visto la mayoría de las cintas contendientes. Diré para acabar, desde esa posición irremediablemente subjetiva, que Birdman me ha divertido mucho y que le reconozco sus muchas cualidades (la recomiendo sin dudar), pero que mi apuesta para los Oscar sigue siendo la conmovedora e inolvidable Boyhood.
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