Mas sigue huyendo

Artur Mas se dio antes de ayer cuenta de que no podía celebrar la consulta del 9 de noviembre si no era incumpliendo la ley. Vive la política española un fenómeno paranormal en el que la gran incógnita era saber cuándo se percataría el presidente catalán de lo que todo el mundo a su alrededor sabía. Es todo muy imprevisible, como en una opereta o una comedia disparatada. El surrealismo se ha adueñado de la política y todo hace indicar que seguiremos instalados en ese género, a juzgar por el razonable éxito de crítica y público que está adquiriendo este diálogo de sordos entre los gobiernos central y autonómico. Mas decidió ayer hacer una parodia de sí mismo convocando para el 9 de noviembre un paripé, una copia light de esa consulta que pretendía celebrar. No será la consulta, pero habrá urnas y papeletas, dijo, en un discurso que por momentos parecía obra de una mente deslumbrada, de uno de esos personajes de ficción que narran mundos de fantasía que sólo ellos ven. A Mas se le aparecían en visiones las urnas, las papeletas, los catalanes votando, no se sabe bien qué, el enemigo español acechando. 

Vive Mas, y no sólo él, en una huida hacia adelante, en una realidad paralela de la que se resiste a salir. Hay una frase que se recuerda muchos estos días y dice que "se vuelve de todo menos del ridículo". Ayer Mas se autoparodió en la rueda de prensa en la que anunció los siguientes pasos a dar, una "hoja de ruta", como le gusta decir con pomposidad que pasa por hacer un esperpento el 9 de noviembre, un esperpento, ojo, peligroso porque alimentará más frustraciones entre la población catalana y alimentará más el disenso entre esta región y el resto del Estado. Hablando de frases célebres, mi agenda viene ilustrada cada día con una de ellas. Es una delicia, porque uno comienza el día con la sabiduría comprimida en una oración. Y justo ayer, casualidades del destino, el día que Mas interpretó con más énfasis que nunca el papel de mártir de la patria catalana que interpreta desde hace tiempo y en el que cada día parece encontrarse más cómodo, la frase que incluía mi agenda era una de Francisco de Quevedo que dice: "nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir". 

El presidente catalán prometió celebrar ese paripé, un proceso de participación ciudadana, creo que lo llamó. Todos los que hemos participado alguna vez en estos pseudo referéndum (yo voté en el que se realizó contra la privatización de la Sanidad madrileña, por ejemplo) sabemos que no tienen la menor legitimidad. No sólo no son vinculantes, sino que su validez es nula. Ahora bien. Dije entonces, y sigo pensándolo ahora casi por una cuestión de coherencia, que la carga simbólica de estas consultas no debería ser desdeñada. Evidentemente, en el paripé del nueve de noviembre sólo votarán los partidarios de la independencia. Sin celebrarse, todos sabemos que el porcentaje a favor de un Estado propio será elevadísimo, pues sólo entrarán en este juego los que comparten el deseo de una Cataluña independiente. De nada valdrá, de acuerdo. Pero este paripé lo promueve la Generalitat de Cataluña y si, pongamos por caso, dos millones de ciudadanos acuden a mostrar de esa forma simbólica su apoyo a la independencia, la prueba de que una parte amplia de la sociedad quiere romper con España sería inmensa, al margen de que algunos no la quisieran ver. 

Es irresponsable hacer este juego y convocar un paripé que de nada sirve. Sin duda. Más aún lo es anunciar que este proceso participativo es sólo un primer paso antes de convocar unas elecciones plebiscitarias con lista única entre los partidos soberanistas con un punto único en su programa: la independencia, que es lo que pretende el presidente catalán. Ahora lo más interesante es seguir la fragmentación del bloque soberanista, los choques entre los partidarios de la independencia, los que pactaron las preguntas de la consulta que jamás se celebrará. Porque están divididos y de cómo recompongan esa relación dependerá en buena medida el avance del proceso soberanista. Por cierto, se equivocan quienes vean en la no convocatoria de la consulta el final de este proceso. Ni mucho menos es así. El problema sigue existiendo y es mayúsculo, por mucho que haya quien pretenda minusvalorarlo o que el gobierno central se regodee de no hablar con el catalán desde hace meses. El diálogo sigue siendo ineludible, sólo que cada día que pasa se agrava la situación. 

Como digo, la división en el bloque soberanista es palpable, aunque aún se puede recomponer. Mas anunció él solo y no rodeado del resto de partidos su propuesta del paripé sustitutivo de la consulta. Eso es porque está solo. Él mismo reconoció que la unidad entre los partidos defensores de la consulta se está resquebrajando. Por las declaraciones de los dirigentes políticos ayer, Unió, partido que forma parte de la formación de gobierno (CiU) no está a favor de que se convoquen elecciones anticipadas, esos comicios que para Mas son el final del camino, la verdadera consulta. Para ERC, por lo que declaró ayer Oriol Junqueras, la propuesta de Mas no es la mejor, aunque se mostraron dispuestos a apoyarla. Lo que piden los republicanos es que se convoquen elecciones y se declare unilateralmente la independencia. Los sondeos dicen que ERC ganaría las próximas elecciones, por lo que asumiría de facto el papel preponderante que por momentos ha adquirido en el proceso soberanista dando soporte al gobierno de Mas. Muchos de los pasos que ha dado el president se explican sólo como gestos para agradar a sus socios. Si fuera ERC quien gobernara, sin duda, la consulta no se habría pospuesto, eso parece evidente. Es algo sobre lo que deberían reflexionar tanto Artur Mas, que sigue hundiendo en apoyos electorales a su partido, como el gobierno español, que debería tener claro que como todo siga así su próximo interlocutor en la Generalitat es independentista de pura cepa y para él la ley sí que no será el menor obstáculo. Los otros dos partidos que apoyaron la consulta, ICV y la CUP, se han desmarcado de los planes de Mas. 

Ayer, durante la rueda de prensa en la que Mas anunció el paripé del nueve de noviembre y sus próximos planes, un periodista le preguntó por los presupuestos de la Generalitat. ¿Quién apoyaría las cuentas públicas? El periodista, del que desconozco el nombre y el medio, puso algo de cordura y sensatez a una representación digna del teatro del esperpento. Si quermos ser un país serio que funcione, le dijo el periodista, tendremos que aprobar unos presupuestos, tendrá que seguir con normalidad la actividad de gobierno. Dio en el clavo, porque a día de hoy el gobierno catalán sólo parece ocuparse del proceso soberanista, tal vez como si los recortes sociales que ha aprobado fueran a desaparecer por arte de magia en una Cataluña independiente, como una especie de conjuro de esos cuentos fantásticos que tanto se nos asemejan a la actitud de Mas en los últimos meses. El presidente catalán respondió a esa pregunta sin renunciar a su visión de hadas de la realidad. Soltó un par de obviedades y terminó diciendo que estaba seguro de que algún partido apoyaría sus cuentas. En la respuesta dejó claro que su única prioridad es la consulta, convertida en su tabla de salvación, en su razón de ser, en su huida hacia adelante. Qué es esto, le faltó decir, de preguntarme por problemas reales, de interrumpir este realismo mágico en el que vivimos con cuestiones de la vida cotidiana, dónde vamos a llegar. 

Mas mantuvo ayer un discurso simplón, infantiloide (el del nacionalismo siempre lo es). Fue fiel a sí mismo, como esos actores encasillados en un registro que recurren siempre a los mismos tics, a los mismos gestos y expresiones para convencer a su público. Mas no quiere decepcionar y ayer redobló esfuerzos para presentarse como ese independentista recalcitrante dispuesto a simplificar la realidad. Uno de los principios básicos de todo buen nacionalista (catalán, español, francés, alemán, cual sea) es hallar un enemigo, un responsable último de todos nuestros males. A veces el presidente catalán ha sido más sutil, pero ayer no se molestó en disfrazar algo sus planteamientos pueriles. Ya nos conocemos. Como un novio que a partir de la tercera cita comienza a relajarse. Para qué disimilar ya, debió de pensar, si ya todos me conocen. Así que Mas recurrió a todos los tópicos del nacionalismo. Dijo, literalmente, que el enemigo de Cataluña es el Estado español y, como si estuviera jugando uno de esos juegos de rol, aseguró que no iba a dar pistas al enemigo, que no se lo iba a poner tan fácil, por lo que no iba a convocar el paripé del nueve de noviembre formalmente para que así no se pueda anulas. Ojo, que a eso lo llama astucia.

 Otro día hablamos de la respuesta, insuficiente y corta de miras, que está dando el gobierrno central a esta situación. Otro día reiteraremos que con poner la ley como muro de contención, aunque se tenga razón, no es suficiente. Otro día hablaremos de la necesidad imperiosa de que los gobiernos central y autonómico hablen, se sienten a dialogar para intentar hallar una salida a este laberinto. Otro día también recordaremos que lo que está ocurriendo en Cataluña no es obra de un loco, no es que a Mas se le haya ido la pinza y ya está.  Ojalá fuera eso. Lo que está pasando más bien es que una parte considerable de la sociedad catalana apoya la independencia, más que nunca antes. Y eso no se resuelve con que mañana Mas salga a decir que da marcha atrás. El descontento ciudadano, ese caldo de cultivo, seguirá ahí. Y esa es la clave de todo, la que ningunean unos y otros cuando presentan esto como una partida tosca de ajedrez entre Mas y Rajoy. Ojalá fuera tan simple. Es una cuestión de la sociedad, de sentimientos, de los ciudadanos. Por tanto, simplificarlo todo en la personalidad mesiánica de Mas es un error. Pero, qué duda cabe, tras su puesta en escena de ayer, el presidente catalán merece centrar hoy toda la atención. Uno no se autoparodia a sí mismo para que luego se le quite el protagonismo buscado. 

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