Hasta siempre y gracias, presidente Suárez

Ríos humanos en las calles céntricas de Madrid para despedir a Adolfo Suárez, para honrar la memoria de un político honrado, para dar el último adiós al padre de la democracia española, al piloto de la Transición. España está sabiendo dar a Suárez la despedida que merece, aunque todo homenaje que se le haga es poco. La solemnidad de su capilla ardiente en el salón de los pasos perdidos del Congreso de los Diputados y el tributo que le rindieron los reyes, todos los expresidentes vivos de nuestra democracia, el presidente actual y las más altas instituciones del Estado fue conmovedora y estuvo a la altura de la talla de Adolfo Suárez. Pero el factor diferencial de esta despedida es la respuesta ciudadana. Maravillosa respuesta espontánea de miles de ciudadanas que salieron a la calle para despedir al primer presidente de la democracia.
 
Conmueve avanzar por el centro de Madrid y presenciar esas largas colas para estar apenas cinco segundos delante del féretro de Suárez en el Congreso de los Diputados. Un homenaje sentido al presidente. Algo prodigioso en estos tiempos que corren, personas de la calle aguardando una cola de más de cuatro horas para dar las gracias a un responsable político. Algo de lo que bien podrían tomar nota los mediocres representantes de la clase política actual. Los políticos de la Transición eran gente noble, respetable, tolerante, con todo por hacer y un muy duro camino que recorrer por delante con unidad y diálogo. Desfilan en la cola personas mayores y jóvenes. Gente que vivió aquella etapa crucial de nuestra historia, una de las pocas de las que podemos sentirnos razonablemente orgullosos, casi diríamos que una bendita excepción en la historia de España en la que todos supieron estar a la altura, sociedad y gobernantes. Pero también gente que sería joven cuando Suárez llegó a la presidencia y que en su momento se exasperaría de ver como presidente del gobierno a un político procedente del franquismo. Gente también que no vivimos aquella época, pero que tenemos una deuda de gratitud con Adolfo Suárez porque gracias al proceso que él encabezó con enorme valor y astucia hemos nacido en democracia y aquellos tiempos grises de la dictadura sólo podemos encontrarlos en los libros de Historia.
 
Avanza a paso lento la cola. Mi madre y mi hermano están ahí desde las cinco y media de la tarde. Me guardan el sitio y sólo llegaremos a entrar al Congreso pasadas las nueve y media de la noche. Asombra, maravilla ver cómo sigue llegando gente preguntando dónde está el final de la cola, en ese zigzag por las principales vías del centro de Madrid que son una marea de cariño y gratitud hacia Suárez. Fueron muchas las injusticias cometidas contra él, fue enorme el daño que causó al presidente el sectarismo más rancio de nuestro país, el más fanático y arraigado. Fueron muchos, en fin, los años que tuvieron que pasar para que Suárez lograra el reconocimiento unánime a su labor. Pero finalmente se logró, la Historia en este caso sí hizo justicia y sí colocó a Suárez en su sitio, el de los grandes personajes de nuestra Historia.
 
Un hombre mayor canta una canción que ha compuesto para Suárez. Homenajes espontáneos al presidente, palabras de cariño. En la letra, que escuchamos a la altura del Banco de España, el señor elogia la valentía del presidente, cómo se enfrentó al régimen, cómo se la jugó durante muchos momentos clave de la Transición. Canta contra los poderosos que jamás le perdonaron lo que hizo, abrir las puertas del país hacia la democracia, y canta contra los fanatismos que se opusieron a él. Reconoce en la letra que la democracia aún no es perfecta, pero qué él puso todo de su parte para que lo fuera. Gran ovación en la cola, en los distintos tramos de la cola, porque el hombre seguía con su sentido recuerdo al primer presidente de la democracia, al hombre que dialogó con todos, al gran seductor.
 
Es injusto y cínico culpar a quienes construyen la Transición a la democracia, enfrentándose a enormes dificultades, de la deriva posterior del sistema en España. Algo tendremos que ver nosotros, los que hemos venido después, con nuestros votos y nuestra actuación. Algo la mediocre clase política con su corrupción y su sectarismo. La democracia es de esa clase de cosas que se deben cuidar para que no se pudra. En la época de Suárez se tenía claro qué era lo principal. El interés general estaba por encima del partidista y todos los hombres y mujeres de entonces eran conscientes de que compartían una misión común, por muchas diferencias ideológicas que les separaran, les unía la labor de construir la democracia. Una democracia plena, pluralista, que devolviera al fin los derechos y las libertades a los españoles. Lo máximo que se les podía pedir a los políticos de la Transición es exactamente lo que hicieron. Juzgar desde nuestro tiempo cómo deberían haber actuado, desde la comodidad de vivir en libertad, precisamente gracias a su trabajo de entonces, es muy osado y muy injusto. Ellos no tienen la culpa de cómo se ha vapuleado la Constitución o de cómo se ha perdido ese afán por encontrar el consenso en los aspectos esenciales, esa forma de entender la política como la posibilidad real de cambiar para bien la vida de la gente.

Va avanzando la cola y el recuerdo de la titánica labor de Suárez permanece en nuestra memoria y nos ayuda a avanzar en una fría y ventosa noche en Madrid. Atisbamos ya el Congreso de los Diputados, la casa de todos los españoles, el lugar donde reside la soberanía nacional. Allí donde Adolfo Suárez defendió la ley de la reforma política que allanaría el camino a la democracia y al final de la dictadura. Allí donde apeló a elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es simplemente normal. Allí donde se debatió y aprobó la Constitución española de 1978, la que nos devolvía la libertad y la palabra. Allí donde Suárez soportó miradas de traición desde sus propias filas y ataques que excedían la normal confrontación de ideas desde las filas de la oposición.
 
Atisbamos el Congreso, el lugar donde Adolfo Suárez dio una lección de dignidad al permanecer sentado y no echarse al suelo cuando los fantasmas del pasado pretendían devolver a España a la oscura época de militares y ausencia de libertad y derechos de la que estábamos saliendo. En la sesión de investidura de Calvo Sotelo, tras haber dimitido ya Suárez, el todavía presidente del gobierno defendió la dignidad del cargo y del lugar donde irrumpía ese teniente coronel de la Guardia Civil sacado de una España casposa, rancia, reaccionaria, que ya no representaba a nadie, o no desde luego a la inmensa mayoría de los españoles que ansiaban vivir en democracia y que no iban a tolerar un paso atrás. Suárez plantó cara a los golpistas, dando una nueva lección de dignidad y responsabilidad. Se jugó la vida entonces y supo estar a la altura. En un gesto que simboliza mucho de su actitud durante aquellos años en los que construyó el regreso de España a la democracia.
 
Un político legendario, porque él se labró esa leyenda con sus actos. Un mito, pero no inventando por nadie. Un mito razonado por las muchas lecciones que dio a lo largo de su vida. Por su honestidad, humildad, inteligencia, responsabilidad, altura de miras, capacidad de diálogo, apuesta decidida por la concordia y la reconciliación, por su dignidad, por su valentía, por su honradez. Antes los niños querían ser como Suárez. Antes ser diputado en Cortes era algo honorable, el más prestigioso cargo que alguien podía ocupar. Y es por la grandeza de hombres como Suárez. Ahora, bien sabemos qué simbolizan los diputados y la clase política en general. Y ellos mismos pueden ver en las colas interminables de ciudadanos para despedir a Suárez cuál es la razón por la que se venera al primer presidente de la democracia y todo lo que él simbolizaba, porque es exactamente la forma de hacer política contraria a la actual.
 
Entramos ya en el Congreso. Subimos las escaleras de entrada, con los dos leones escoltándonos a ambos lados. Por una cuestión de respeto, los guardias que escoltan la entrada nos piden apagar o poner en silencio los teléfonos móviles. Entramos al Congreso y apreciamos multitud de coronas de distintas embajadas, medios de comunicación, partidos políticos y personalidades enviadas a Suárez. En la puerta de la sala donde se encuentra la capilla ardiente del presidente, el salón de los pasos perdidos, Celia Villalobos, vicepresidenta del Congreso, da uno a uno la bienvenida a los ciudadanos que llegan a su casa, al lugar donde reside la soberanía nacional. Gran gesto de cortesía y educación. Conmueve e impresiona entrar en el salón de los pasos perdidos, donde la familia de Adolfo Suárez vela al presidente. A paso rápido, pero con tiempo a parar un momento frente a su féretro, damos la última despedida a Adolfo Suárez. Y pensamos gracias. Gracias por tanto, presidente. Hasta siempre. 

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