¿Pelotazo para salir de la crisis?

Parece que no aprendemos. Se dice, y con razón, que toda crisis es también un periodo de oportunidades. Los momentos de dudas y dificultades siempre traen consigo también tiempo de reflexión, de replantearse hacia dónde vamos y qué modelo queremos. Por ejemplo, en España estamos sufriendo una crisis no provocada por la burbuja inmobiliaria, pero sí muy agravada por ella, mientras nuestros mejores científicos se tienen que ir al extranjero por aquello de que quedarse en su país cobrando un mísero sueldo no es una opción factible. Pues bien, qué mejor momento que éste, escarmentados por el mucho daño que nos ha hecho la cultura del pelotazo, para plantearnos nuevas vías para crecer de forma sostenible. Pues va a ser que no.
 
Ayer las autoridades catalanes anunciaron un proyecto rimbombante, Barcelona World, que se levantará en Salou y Vila-seca y que supondrá, dicen, una inversión de 4.500 millones de euros. Seis parques temáticos que esperan dar trabajo a 20.000 personas y atraer a 10 millones de turistas al año. Esto, dijeron orgullosos ayer desde el gobierno catalán, es mucho mejor que Eurovegas. Eso pese a que el ejecutivo catalán también le bailó el agua y agasajó hasta la extenuación al magnata estadounidense Sheldon Adelson para que instalara allí el proyecto de Eurovegas, un conjunto de hoteles, casinos y demás lugares para gente bien. Al final el señor Adelson ha optado por Madrid, así que ambas comunidades tendrán su monumento al exceso y a la cultura del pelotazo.
 
Esta historia me resulta ciertamente grotesca. Ya que hemos dado las cifras de autobombo de Barcelona World, daremos también la cuenta de la lechera de Eurovegas: 17.000 millones de euros de inversión y más de 200.000 puestos de trabajo. Desde Barcelona se dice que estos dos proyectos no tienen nada que ver, aunque también habrá casinos en su complejo, y no tenemos por qué no creerles. Eso sí, a mí se me antojan proyectos muy parecidos. Primera similitud: los dos comparten que tenen al frente a un personaje polémico y muy dudoso. El gran inversor de Barcelona World es Enrique Bañuelos, que se hizo rico con una inmobiliaria en los tiempos de bonanza y burbuja aquí en España. Sin cemento de por medio, por lo que se ve, cuesta más hacer negocios. Sheldon Adelson tiene una personalidad muy particular y exige privilegios para sus casinos. Veremos en qué queda, pero se habló hasta de suspensión del Estatuto de los trabajadores o de la ley del tabaco, entre otras lindezas. Él pone el dinero y está acostumbrado a que las leyes del país donde se instala no sean un obstáculo para sus negocios.
 
Estos dos proyectos coinciden también, sobre todo, en que suponen un regreso a la cultura del pelotazo que tanto daño han hecho a este país y de la que deberíamos estar ya escarmentados. Seguro que habrá diferencias menores, pero en ambos casos esto no deja de ser la imagen rancia y pasada del terrateniente que llega a un solar y planea contruir ahí moles de cemento. Aquí, un hotel con 10.000 plazas; allí, un par de casinos. En fin, seguimos con la misma idea brillante y el mismo modelo exitoso que nos condujo a la crisis y ha provocado tanto paro en España. Con una particularidad añadida, ahora le ponemos el toque exótico, por no decir hortera y lamentable, de los casinos. Atraeremos a las gentes con dinero de todo el mundo a jugarse los cuartos de forma grotesca e indecente. Seremos la sala de juegos de Europa. Teníamos la opción de elegir qué modelo futuro queremos y parece que Esperanza Aguirre y Artur Mas lo tiene claro: el pelotazo.
 
Así, nos ponemos en manos de dos inversores que prometen que traerán grandes cantidades de dinero, habrá que verlo, y que no sé muy bien en base a qué se inventan unas cifras que deslumbran a los políticos. No creo que exista en España un gobernante capaz de renunciar a un proyecto que dice ser capaz de generar decenas de miles de puestos de trabajo. Aunque luego la realidad les estropee la previsión, aunque esto nos suene demasiado a esa escena del terrateniento con puro en la boca que donde los demás ven un campo con hierbas y arbustos ve correr ríos de cemento y bolsas de dinero para montar allí un chiringuito hortera, fuera de lugar y horroroso que sea reflejo de un tiempo que deberíamos dar por superado y ficticio, porque sabemos a dónde nos conduce. Aunque sepan que con esta decisión están tomando un camino y no otro. El sencillo de coger el dinero del magnate de turno y cegarse con los euros que dice que traerá y no el complicado de buscar un modelo económico sostenible y sensato para el país.
 
Para empezar, dudo bastante que estos dos macroproyectos vayan a generar tantísimos puestos de trabajo. Llegar a un país con un 24% de paro y prometer 20.000 empleos, o 200.000 como hace el señor Adelson en Madrid, es una oferta difícil de rechazar, pese a los reparos de todo tipo que genera la propuesta. Tanto es así que las autoridades madrileñas están dispuestas a cambiar leyes a medida del magnate de Las Vegas. Hasta tal punto es irrechazable la propuesta que estos últimos meses hemos visto a representantes de primer nivel del gobierno de Madrid y del de Cataluña viajar a Estados Unidos para agasajar al señor Adelson. Una escena algo bochornosa ésta de ver a los consejeros de Economía cruzar el Atlántico para convencer al magnate de los casinos para que monte su chiringuito en nuestro solar, que es mucho más grande e interesante que cualquiera para resucitar la nueva versión del pelotazo y la inversión inmobiliaria, dónde va a parar.
 
En España tenemos bastantes ejemplos de proyectos que prometían el oro y el moro y que ciertamente no han cubierto expectativas. En Madrid, por ejemplo, está el Parque Warner, una ruina para la Comunidad. Por cierto, creo recordar que en ese parque temático tuvo algo que ver Caja Madrid. Lo que son las cosas, hasta ese punto no hemos aprendido nada, cuando vemos ahora a La Caixa metida en el lío de Barcelona World. Lo dicho, un déjà vu. Nadie parece haber aprendido nada de lo ocurrido cuando vemos al director de una caja, ahora banco, sentado en la misma mesa que un tipo que lideró una inmobiliaria que hizo dinero fácil y luego quebró con el pinchazo de la burbuja, de compadreo con las autoridades de un gobierno autonómico para levantar de la nada un macroproyecto que traerá 10 millones de turistas al año (eso dicen, confiados que son ellos). ¿A que nos suena?
 
Lo comentaba al principio de esta entrada, y puede resultar demagógico, pero no lo creo. En estos momentos de zozobra económica es más difícil resistir a la tentación de vender nuestra alma al diablo (con todo el respeto a mister Adelson y al señor Bañuelos) y volver a echar mano del fracasado e insostenible modelo del pelotazo inmobiliario. Ese que nos ha traído donde estamos. Pero es en las crisis donde un país puede, más bien debe, replantearse hacia dónde quiere caminar, qué modelo económico quiere, por qué tipo de sectores y negocios quiere apostar. Durante una década en España no apostamos por nada que no tuviera por medio ingentes cantidades de ladrillo y cemento. Todos nos metimos en este sinsentido en el en medio de la nada se levantan ciudades. No hace recordar cómo hemos terminado. Ahora tenemos opción de buscar otras alternativas. Será complicado porque es difícil reciclar a  muchos trabajadores del sector de la construcción, encontrarles acomodo en otro sector. Pero no podemos volver a caer en los mismos errores.
 
Un gran parque de I+D, por ejemplo, traería quizás mucho menos dinero de inversión y no vendrían tantos turistas de dejarse los cuartos y gozar de los excesos de la noche y el dinero en casinos cutres y artificiales, pero sería una apuesta distinta y de valor para el futuro del país. Algo distinto, explorar nuevas vías, nuevos modelos. Pues no, regresamos al señor millonario con puro en la boca que para su coche en el campo, en mitad de la nada, y se enciende la luz: aquí voy a levantar un gran complejo con hoteles, casinos y construcciones varias. Y el gobernante de turno le ríe y aplaude la gracia, lucha por apuntarse el tanto de traer ese gran proyecto a su territorio y le allana el camino todo lo que esté en su mano. Y el pueblo donde va, en una mayoría amplia, se felicita por la llegada de trabajo, porque tal y como están las cosas no estamos en situación de ponernos exquisitos con cuestiones de moral o de sentido común. Hoy es 9 de septiembre de 2012, pero perfectamente podría serlo del 1999 o mucho antes. Lo que no hace falta explicar es que estamos en España, porque no hemos cambiado nada.

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