Orgullo eterno de un equipo de leyenda

España y Estados Unidos acaban de ofrecernos en la final de los Juegos Olímpicos de Londres una bellísima oda al baloncesto. Hemos visto una preciosa e intensa final, un colofón descomunal a unos Juegos que han sido, todo hay que decirlo, un gran éxito organizativo y vividos con gran pasión por el público local. En esta final de baloncesto hemos visto un partido maravilloso, extraordinario, histórico. Nunca antes nadie estuvo tan cerca de ganar a un equipo estadounidense compuesto por los mejores de la NBA como lo ha estado hoy la selección española.

107-100 ha ganado merecidamente Estados Unidos. Pero qué partido han hecho los españoles. Han luchado como siempre hacen, porque este grupo nunca se rinde y porque llevan una década, que se dice pronto, dando muestras de su valía, de su talento y de su ejemplaridad. Un grupo de leyenda formado por jugadores irrepetibles e inolvidables. Pau Gasol, con un fuerte golpe en el ojo que le ha dejado un moratón en la zona ocular, en los minutos finales del partido es quizás la imagen que mejor define a este equipo admirable de jugadores. Gente a la que realmente podemos poner de ejemplo de sacrificio, trabajo, entrega, valor y confianza en uno mismo. Además de talento y calidad, que tienen para regalar.

En ningún momento del partido el equipo de Estados Unidos, un conjunto repleto de estrellas que juega como los ángeles al baloncesto, se ha marchado por delante y ha sentenciado la final. Todo lo contrario, hemos tenido opciones y no hemos cedido en ningún momento. Empezamos fuertes en el primer cuarto, con unos dígitos que apuntaban a la anotación descomunal que finalmente hemos visto. Seguimos pegaditos a ellos en el segundo cuarto. Temíamos que en el tercero nos dieran el hachazo, pero España, grandiosa, valerosa como siempre, siguió ahí y llegó a ponerse por delante. Al final, en el último cuarto, no empezamos finos y los estadounidenses lograron la victoria. Pero, lejos de hundirse, los españoles lucharon para reducir la distancia, para llegar a los 100 y para seguir dejando motivos por los que admirarles y agradecerles su actitud y su entrega.

Llevan muchos años logrando medallas allá donde van y en estos Juegos han tenido que luchar contra muchas adversidades. El estado físico de muchos de los nuestros no ha sido, ni de largo, el óptimo por cuestiones de lesiones y en algunos casos también de edad. No encontraron las mejores sensaciones en casi ningún partido de la competición. En la primera fase caímos ante Rusia y perdimos ante Brasil en un partido en el que algunos que hoy estarán elogiando a los Gasol, Navarro y compañía, acusaron a este grupo de leyenda de dejarse perder. Lo que vimos otros en ese partido es una nueva demostración de nuestras debilidades, de que no estábamos en nuestro mejor momento. Un motivo de preocupación, pensábamos.

Este equipo ha demostrado que sabe ganar brillando, arrasando a sus rivales, apabullando, enamorando con su baloncesto. Pero a lo largo de su magnífica y dilatada trayectoria también nos han enseñado hasta dónde son capaces de sufrir, qué esfuerzo pueden llegar a dar, cuánto sacrificio, ilusión, garra y hambre de victorias son capaces de poner sobre la cancha unos jugadores insaciables que lo han ganado casi todo, pero que siempre quieren más. Son jugadores admirables que muestran lo mejor de lo que debe ser el deporte. Ellos van a por todas, cuando la suerte no les acompaña, luchan como el que más. Son artistas exquisitos, pero nunca les ha importado ponerse el momo de trabajo. Son grandes. Muy grandes. La cara de decepción que muestran a esta hora, cuando están recibiendo la medalla de plata, demuestra esa grandeza, esa ambición, ese hambre de triunfos.

El partido que acabamos de ver ha sido precioso, un monumento al baloncesto. Lo fue la final de Pekín, también ante los estadounidenses, y lo ha vuelto a ser ésta. Porque hemos visto la segunda final olímpica consecutiva que disputa España. Y con eso, honestamente, muchos nos conformábamos. Estábamos convencidos de que hoy perderíamos por mucho, lo digo con sinceridad, y pensábamos, como pensamos en estos momentos, que sólo estar aquí y ganar la plata era un logro sensacional para este equipo. Lo han vuelto a hacer. Han vuelto a dejarnos con la boca abierta, nos han recordado lo que son, han vuelto a dar lo mejor de sí mismos, han plantado cara a una constelación de estrellas venidas de Estados Unidos que, nada más acabar la final, se han acercado uno a uno a abrazar a Pau Gasol para reconocer la entrega y el mérito enorme de la selección española en este partido.

Debemos rendir homenaje a este equipo de leyenda, a este bloque de jugadores excepional que son todo lo contrario de la clásica imagen de deportistas engreídos y prepotentes. Empezaron siendo unos chavales de oro, unos jóvenes talentosos y descarados que ponían la máxima ilusión y entrega en cada partido. Han pasado los años y han seguido allí arriba. Algunos ya son padres, otros están relativamente cerca de su adiós al deporte de élite o con serios problemas físicos, pero ninguno de ellos ha perdido su ilusión de júniors no esa entrega admirable y ese hambre de victorias que tenían cuando aún no eran leyendas vivas del deporte español. Cuando lo habían ganado todo, volvían a por más. Y eso es lo que demuestra su grandeza. Eso y que, sin duda, su partido de hoy demuestra que todos ellos creían firmemente en la victoria ante Estados Unidos. No es para menos, porque lo han tenido muy cerca.

Hay que darles las gracias una y mil veces por lo que han hecho, por todos los momentos gloriosos que nos han dado. Han pasado distintos entrenadores por la selección y también varios jugadores, aunque el bloque ha sido casi el mismo en todo momento. A todos y cada uno de los que han formado parte de esta generación de ensueño hemos de darles las gracias. Han escrito las páginas más gloriosas del baloncesto español y son mitos del deporte en nuestro país. Sé que es un tópico, pero nunca una plata se pareció tanto a un oro. Sois leyenda y sois sencillos, humildes, luchadores, en resumen, sois ejemplares por muchas razones más allá de los triunfos. Gracias.


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