Chavalas, de Carol Rodríguez Colás, cuenta una historia pocas veces vista en el cine. Por lo general, las casas de los protagonistas de las películas suelen muy grandes, aunque no tenga sentido con su situación laboral o financiera. También es habitual que cuando rara vez aparecen barrios del extrarradio de las grandes ciudades la mirada esté llena de estereotipos, o bien cargada de prejuicios sobre drogas y delincuencia, o bien todo lo contrario, presentando el barrio con una mirada condescendiente, como la de los ricos que visitan en verano países pobres y alaban su autenticidad y pureza. Chavalas no tiene nada que ver con eso. Y se agradece. Es una película tragicómica, pero escapa de todos esos estereotipos que suelen acompañar los relatos de este tipo.
La protagonista del filme, a la que da vida Vicky Luengo, es Marta, una joven desclasada que procede de Cornellà, adonde no quiere volver por nada del mundo. Ahora se mueve en el ambiente cool de Barcelona. Cuando pierde su trabajo, se ve obligada a volver al barrio, ese del que reniega, del que se avergüenza ante sus amigos, todos ellos, más bien modernos y pedantes. En el barrio es acogida desde el principio por su grupo de amigas: Bea (Elisabet Casanova), Desi (Carolina Yuste) y Soraya (Ángela Cervantes).
La película es muy auténtica. Muestra esa sensación de fracaso de la joven, quien prefiere inventarse que hará una exposición en Estocolmo antes que reconocer ante sus amigos en Barcelona que ha regresado al barrio. Está muy bien reflejada esa presión de las redes sociales, en las que todos somos supermodernos y superguays. También la importancia que se le concede al estatus y a una extraña idea del éxito, que antepone casi cualquier cosa a lo que importa de verdad.
En Chavalas, las casas de las protagonistas tienen un tamaño normal. Hay carreras para pillar el último metro de vuelta al barrio desde el centro. Y hay, sobre todo, un precioso retrato de la amistad entre esas cuatro jóvenes, cada una con una situación vital diferente, con sus tiras y afloja, pero siempre ahí para las demás. Es maravilloso cómo se refleja esa complicidad entre ellas. Juega a su favor un muy buen guión y también una soberbia interpretación de las cuatro actrices.
Chavalas, en fin, habla de desclasamiento como pocas veces se ha hablado en el cine reciente, y logra escapar de los estereotipos en torno a los barrios. Es una película chiquita, pero llena de virtudes, que inevitablemente nos apela de forma más directa y nos remueve más a quienes somos chavales de barrio, en mi caso, en Madrid. Es una película fresca y con mucha vida y verdad, un hermoso alegato contra la impostura y en favor de la autenticidad.
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