Mort d’un comediant


 “Una mentira no lo es si todos creemos que es verdad”, se escucha en un momento de Mort d’un comediant, la última obra de Guillem Clua que puede verse estos días en el Teatre Romea de Barcelona. Y en esa frase se resume la esencia misma del teatro, una mentira que dice la verdad, y también de la propia obra, una de las mejores de su autor, lo cual es mucho decir. La función, que es una gran declaración de amor al teatro, emociona, sorprende y cautiva como todas las obras anteriores del autor de Smiley y La golondrina, entre otras, pero con un aliciente añadido, porque es teatro dentro del teatro, una obra que sitúa el poder único del teatro en el centro mismo de la trama.

Los grandes dramaturgos homenajean siempre el teatro del mejor modo posible, escribiendo buenas obras, perpetuando esta bendita tradición milenaria de reunir a personas ante un escenario decidida a creer como más verdadero que la propia vida lo que sucederá ante ellos. Pero en este caso el homenaje es aún más explícito, porque el teatro es esencial en la historia. Eso sí, Clua no cae en la tentación de ponerse demasiado solemne o estupendo, un riesgo que siempre existe cuando se trata de hablar de algo que a uno le apasiona. Aquí sigue el humor, tan propio de sus obras, como lo es el in crescendo de intensidad que caracteriza su teatro. En este caso, como en otras de sus obras anteriores, también hay un secreto que se resolverá muy avanzada la función, lo que invita a contar lo justo de la trama. 

Así que, sin desvelar más de lo necesario, basta con saber que el protagonista de la función es Llorenç Carmona (Jordi Bosch), un célebre actor teatral, uno de los mejores de Cataluña, a cuyo cuidado empieza a trabajar Adri (Francesc Marginet Sensada), por encargo de la sobrina de aquel, Miranda (Mercè Pons). El nuevo cuidador recibe multitud de normas. Le queda claro desde el principio que no será un trabajo más, entre otras razones, porque el actor jubilado acostumbra a recitar pasajes de los personajes de obras teatrales que interpretó. Adri le debe dar la réplica. Además, bajo ningún concepto le puede dejar interpretar diálogos de Muerte de un viajante, el único libro guardado bajo llave en esa casa. 

La obra hace un maravilloso paralelismo entre el teatro y la vida, entre los personajes de ficción que vemos en los escenarios y el papel de nosotros mismos que todos interpretamos en nuestra vida. Es una función de una hora y cuarenta minutos que transita por todo tipo de estados de ánimos y que abraza la ternura y la pasión por aquello que da sentido a la vida. Todo ello, con diálogos chispeantes y llenos de verdad, también cln alguna que otra pulla y con mensajes muy irónicos sobre el teatro contemporáneo catalán. Como es habitual en las obras de Clua, Mort d’un comediant está extraordinariamente bien escrita, con personajes muy complejos y llenos de matices, es decir, muy humanos, muy de verdad. Hay escenas especialmente memorables, como cuando se defiende que se puede conocer la verdad de una persona en función de cómo se relaciona con el teatro e interpreta a otros personajes. La identidad, otro clásico del teatro de Clua, está muy presente. 

La obra, dirigida por Josep Maria Mestres, es de una extraordinaria exigencia para sus intérpretes. En especial, para Jordi Bosch, a quien imagino entre ilusionado y temeroso al leer el libreto. Ilusionado, claro, porque su personaje es de los que dejan huella, absolutamente fascinante, pero supongo que también un poco temeroso, sí, porque exige de él una entrega y una intensidad descomunales. Interpreta unas cuantas escenas de obras teatrales clásicas, transita de un personaje a otro con pasmosa naturalidad, otorga verdad a cada gesto y cada palabra pronunciada por su personaje. Es un auténtico recital interpretativo, una lección magistral. A su lado, también son excelentes las interpretaciones de Francesc Marginet Sensada y Mercè Pons. 

Mort d’un comediant, en fin, es el excelso homenaje al teatro de un sensacional autor, Guillem Clua, que sigue engrandeciendo el teatro del mejor modo posible, dándole vida, aportándole emoción y verdad, con una historia preciosa y con muchas capas. Porque, como escuchamos también en un momento de la obra, somos muchos los que no podemos imaginar una vida más triste que una vida sin teatro.  


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