Wonka

 

Timothée Chalamet ha contado en alguna ocasión que cuando empezaba su carrera Leonardo Di Caprio le dio un consejo que ha seguido a rajatabla: nada de drogas duras y nada de películas de superhéroes. Afortunadamente no le advirtió contra los musicales, porque Chalamet borda el papel de Willy Wonka en la película de Paul King estrenada en diciembre y convertida en clásico instantáneo. 


Además de su arrollador talento y de su indudable carisma, Chalamet ha demostrado desde los inicios de su carrera un excelente olfato a la hora de elegir sus papeles. Aunque hacía un papel pequeño en la excelsa Interstellar, de Nolan, lo conocimos de verdad con la inolvidable Call me by your name, esa pasional y veraniega historia de Luca GuadagninoDesde entonces no ha hecho más que acertar con sus trabajos: la independiente Lady Bird de la gran Greta Gerwig; el papel complejo y emotivo de un joven con problemas de drogadicción en Beautiful Boy, una de sus mejores interpretaciones; la notable Día de lluvia en Nueva York, en la que encajó a la perfección con el tono de las películas de Woody Allen, aunque luego se arrepintió por razones extra cinematográficas de trabajar con el genio neoyorquino; la relectura de Greta Gerwig del clásico Mujercitas, que fue estupenda; la surrealista y genial La crónica francesa, de Wes Anderson; la imponente Dune, de Denis Villeneuve, en la que es el gran protagonista; la sátira sobre el negacionismo del cambio climático No mires arriba, en la que estuvo el quién es quién de Hollywood…


Y ahora Wonka, sí, un delicioso musical de esos que se puede disfrutar con público de todas las edades y que recuerdan una de las funciones del cine desde sus inicios: enamorar, fascinar, deslumbrar al espectador, ser una auténtica fábrica de sueños. Me gusta especialmente ese aire a cine de antaño, de otra época. Ahora que estamos todos tan de vuelta, que la inocencia no se lleva nada, gusta encontrar, además de historias de otro tipo, claro, porque lo suyo es que haya la máxima variedad posible, películas con ese estilo clásico, fábulas de niños pobres que cumplen sus sueños, musicales desacomplejados con grandes números y canciones de esas que se te quedan grabadas, malos malísimos derrotados por personajes puros e inocentes. 


La película es una precuela del libro de Roald Dhal que se centra en los orígenes de Willy Wonka, ese chocolatero mágico que empezó desde una posición humilde y se labró su futuro él solo. En esta versión, Wonka (Chalamet) llega casi sin dinero a la gran ciudad, donde quiere triunfar vendiendo su chocolate. La mala suerte le hará cruzarse en el camino de una villana de las de cuento de antaño (cómo debió de disfrutar Olivia Colman en ese papel, que los malos siempre son un regalo para los interpretés) que se lo pondrá difícil. También los mandamases de las grandes compañías que venden chocolate y que no estarán nada dispuestos a competir con este joven. 


La película, que también tiene entre su elenco a Calah Lane (estupenda como lugarteniente y nueva amiga de Wonka), a Hugh Grant (otro que también debió de pasárselo en grande, guiño, guiño, en su papel de umpa lumpa) y a  Rowan Atkison, el actor de Mr Bean. Wonka es magia, fantasía, ternura, una fábula hermosa que mantiene atrapado al espectador. El tono no puede ser más diferente al de Charlie y la fábrica de chocolate, esa genialidad de Tim Burton, pero es igualmente estupenda. De hecho, recomiendo la experiencia de ver seguidas las dos películas, ambas disponibles en plataformas (Wonka en HBO y la película de Burton, entre otras, en Netflix). Lo disfruté mucho. Es estupendo ver como un cuento clásico inspira historias tan diferentes, desde enfoques tan distintos, para ofrecer como resultado sendas películas estupendas. 

Comentarios