Premio Goncourt: la historia de un mito literario


Reconozco que tengo idealizada a Francia y su cultura, pero cómo no las voy a idealizar. El martes disfruté en el Instituto Francés de Madrid de una muy interesante charla del presidente de la academia Goncourt, Didier Decoin, con Eva Orúe, directora de la Feria del Libro de Madrid, escritora, periodista y, tras lo escuchado en el encuentro, también francófila.  Decoin dijo que desde pequeño asoció la literatura con la academia Goncourt, que para él eran lo mismo. No somos pocos los que asociamos la literatura con Francia. Ambas afirmaciones son una exageración, pero la literatura también se alimenta de las exageraciones, las idealizaciones y las pasiones desmedidas. 

La historia de la academia Goncourt, que entrega el célebre premio, el más popular premio literario en Francia, un auténtico mito en todo el mundo, es realmente apasionante y, en efecto, invita a esa idealización o, al menos, a esa admiración con la que muchos nos acercamos al país vecino y su cultura. Atrae la historia de esa academia centenaria que, cada año, decide en el restaurante Drouant de París el premio a una novela destacada. El ganador del premio Goncourt se lleva la friolera de diez euros, a pesar de lo cual, es uno de los premios literarios más prestigiosos del mundo. Sin duda, el más famoso de Francia, un país en el que la literatura ocupa un lugar central que ya nos gustaría a otros. El importe del premio no tiene nada que ver con su prestigio, y de eso sabemos bien en estas latitudes. Decoin, miembro de la academia desde hace más de treinta años y actual presidente, contó que abandonará su cargo en breve. Explicó que cree que es una buena praxis no eternizarse en el puesto, pero a preguntas de Orúe no tuvo problemas en explicar en detalle la división que vive actualmente la academia, compuesta sólo por diez miembros. Contó la polémica surgida a raíz de un viaje al Líbano, que una parte de la academia no quiso hacer tras recibir amenazas del grupo Hezbolá. El presidente de la academia era de los partidarios de viajar a Beirut, precisamente, para no dar la razón a quienes se permiten bajo amenazas decir quién es o no bienvenido a su país. 


La otra gran división llegó en 2022 y fue un debate apasionado de estos que sólo se dan, o al menos sólo con esta intensidad, en Francia. Una parte de la academia defendía premiar la novela El mago del Kremlin, de Giulano da Empori. La otra mitad sostenía con igual fervor Vivir deprisa, de Brigitte Giraud. Finalmente, por primera vez desde 1996, el voto doble del presidente desempató en favor de Giraud. Los partidarios de la otra novela atacaron entonces a la ganadora, que tildaron de una simple novelita biográfica. Giraud defendió que tenía mucha más hondura, que era un relato íntimo sobre el destino, en la línea de los grandes relatos de la humanidad desde la cultura griega. Más allá del componente de luchas de poder que pueda haber, y posiblemente haya, detrás de este enfrentamiento, qué admirable resulta que se debata tanto y con tanta pasión sobre literatura.  


Contó muchas anécdotas Decoin. Dijo, por ejemplo, que la pretensión del premio no es reconocer a la mejor novela del año, sino elegir a un libro que represente el sentir de la sociedad francesa del momento, que aborde cuestiones de interés, que ponga en común a la crítica y al interés de los lectores, sin desdeñar lo popular. También dijo que el premio se elige entre 600 obras, Francia y su aluvión de novedades en cada rentrée literaria, y que la academia tiene principios estrictos para evitar conflictos de intereses


La academia Goncourt sigue las indicaciones del testamento de Edmond de Goncourt, que expresó la voluntad compartida con su hermano Julen de crear una asociación que impulsara la creación literaria, una de sus grandes pasiones. Se sigue esa voluntad firmemente, por ejemplo, en la decisión de que el premio sólo lo puedan ganar novelas y no obras de otros géneros, pero la academia también ha evolucionado y crecido en todos los sentidos. El Premio Goncourt sigue siendo uno, pero hay hasta 40 en distintos países (en España, por ejemplo, se eligió el martes pasado y el ganador fue Cuidar de ella, de Baptiste Andrea), además de otros galardones y becas de distintos géneros. Incluso hay un premio Goncourt que eligen los lectores presos en cárceles francesas. El presidente de la academia también reconoció que los hermanos Goncourt eran misóginos y antijudíos, entre otras lindezas, zonas oscuras del origen de este grupo al que la academia actual no tiene el menor respeto, lógicamente. 


Entre las anécdotas del Goncourt también está el caso de Romain Gary, el único escritor que ganó dos veces el premio. Pero tuvo trampa. Lo ganó inicialmente en 1956 con Las raíces del cielo, y luego en 1975 con La vida por delante, pero ese libro lo firmó con el seudónimo de Émile Aja. La cultura francesa, en fin, tiene en el premio Goncourt uno de sus grandes mitos que, como todos los mitos, tendrá sus luces y sus sombras, sus aciertos y sus errores, pero cuya historia, ese grupo de diez personas que se reúnen en el mismo restaurante cada año y debaten de forma encendida sobre libros, resulta muy fascinante y muy francesa. 

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