Los secretos de Heap House

 

Mientras leía Los secretos de Heap House, la novela de Edward Carey, editado en España por Blackie Books con traducción de Lucía Barahona Lorenzo, tenía dos pensamientos que pueden parecer contradictorios, y tal vez lo sean, aunque creo que en realidad son perfectamente compatibles. Pensaba en que era divertido y genial que un libro que habla de objetos que esconden vidas tras ellos, que no son simples objetos, es en sí mismo la mejor reivindicación del libro físico, del libro de toda la vida, como objetivo valioso, una novela primorosamente editada, con ilustraciones en cada capítulo, una de esas portadas que parece un cuadro y con mapas de la casa en la que transcurre la historia al comienzo y al final de la obra. El libro como objeto que es mucho más que eso, como invento insuperable del ser humano por más tecnología que haya en nuestras vidas. Pero pensaba también que la historia de los Iremonger lo tenía todo para convertirse en una película o en una serie televisiva. No sería barata de producir, desde luego, pero el universo creado por el autor es tan rico y está tan lleno de fantasía que daría desde luego mucho juego si alguien se animara a llevarlo en la pantalla. Veremos. 


Cuando una buena amiga me regalo este libro, no lo negaré, pensé que era un regalo arriesgado. En principio, no parecía el género más próximo a mis gustos lectores. Afortunadamente, no sabía lo equivocado que estaba. El libro, de pura fantasía, con un aire gótico y como de novela victoriana en la que suceden fenómenos de lo más extraños, es extraordinario. Pura literatura. He leído en alguna entrevista con el autor que Carey cuenta que buscaba con este libro, que es el primero de una trilogía, crear una historia que hiciera sentir a los lectores lo mismo que él experimentaba al leer las historias clásicas de aventuras y fantasía que leía de niño. Esa sensación de gozo absoluto, de entrega a una historia fascinante, de enamoramiento con un libro. Lo consigue con creces. Estoy ya deseando poder leer la segunda parte. 


La familia Iremonger que da nombre a esta trilogía vive en una mansión gigantesca y laberíntica, Heap House, que tiene hasta su propia estación de tren. Viven rodeados de cúmulos, que son montones de basuras procedentes de Londres. Son una familia noble, importante, rica, que no se mezcla con la plebe. De hechizo en su casa sólo entran miembros de la familia, que viven en las plantas superiores, o familiares lejanos, que forman parte del servicio y viven, claro, en las plantas inferiores. Cada miembro de la familia vive ligado a un objeto de nacimiento. 


Bajo esa apariencia de fantasía, el libro plantea una clara crítica al sistema de clases. Hay sirvientes que olvidan sus nombres, mandamases que buscan que la gente se mantenga “aletargada, útil y productiva”, gente poderosa que no soporta entrar en contacto con personas de estratos sociales inferiores, castigos a personal del servicio por deambular por la casa, ya que “no les gusta nada eso, quieren que te quedes donde ellos te colocan”. Y, por supuesto, también una buena dosis de crítica al capitalismo más descarnado. En uno de los momentos más impactantes y reveladores del libro, el protagonista descubre algo asombroso y le dice a su abuelo que eso que le acaba de contar es terrible. “Son negocios, nieto”, responde éste. 


El libro alterna capítulos dedicados a Clod Iremonger, miembro de la familia, que es un niño enfermizo y débil, no del todo querido, pero que tiene el don de escuchar a los objetos, con los dedicados a Lucy Pennant, que entra como nueva sirvienta a la mansión y provocará importantes cambios en el orden establecido en Heap House. El libro, ya digo, apasionante, atrapa cuando se entrega al puro disfrute de la narración y también cuando plantea momentos más reflexivos, que sirven como metáforas de nuestro propio mundo, con cuestiones como las diferencias de clase o el ecologismo. Una novela, en fin, que nos recuerda, en efecto, aquello que sentíamos de niños al leer novelas fantásticas de aventura, y que también fabula sobre lo que esconden los objetos, ninguno más llenos de vida e historias que un buen libro ilustrado como este

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