Jauría

 

Impresiona ver cómo terminan la función de Jauría su actriz y sus actores. Con un intenso abrazo, totalmente devastados. Respiran hondo, como para querer soltar la tremenda intensidad emocional de lo vivido sobre el escenario del Teatro Romea de Barcelona. Se aprecia en sus rostros la emoción, la sensación de haber compartido una historia demoledora. No es una historia cualquiera. Así lo siente también el público, que aplaude más y más, se se pone el pie, intentando también digerir lo que acaba de presenciar

El teatro tiene una enorme capacidad de reflexionar sobre el mundo actual, de tomar el pulso a la realidad. Ningún otro arte consigue algo así, ninguno tiene esa agilidad, esa vinculación con la sociedad en la que es creado y representado. Pocas veces en los últimos años el teatro ha cumplido de forma más contundente esa función de reflexión social como con Jauría, obra de Jordi Casanova dirigida por Miguel del Arco, que lleva a escena una impresionante ficción documental sobre la violación a una joven por parte de la autodenominada manada en la madrugada del siete de julio de 2016 en los sanfermines de Pamplona. Todo lo que se escucha en la obra son fragmentos reales de las declaraciones de la víctima y los agresores en el juicio. Nada es ficción. Todo se extrae de declaraciones reales sobre este hecho real que tanto impactó a la sociedad y que marcó un antes y un después. 

El trabajo de Ángeles Cervantes, Artur Busquets, Francesc Cuéllar, Quim Àvila, David Menéndez y Carlos Cuevas es extraordinario. Un auténtico reto interpretativo que superan con nota. Ella da vida a la víctima, cuenta lo ocurrido aquella noche, lo que recuerda, el horror que vino después. Es portentoso cómo transita por distintos estados de ánimo, la vulnerabilidad en los instantes más dolorosos, la frescura de una joven que tenía 18 años en el momento de la agresión y acudió a Pamplona a divertirse sin saber lo que se iba a encontrar. Ellos interpretan a los cinco agresores, cuentan sus recuerdos y también su absoluta incapacidad de entender que aquello que había ocurrido era una agresión sexual. Impresiona escuchar lo que dicen, en especial algunos pasajes como cuando cuentan el momento en el que son detenidos. 

Ninguno de los papeles es sencillo y todos los componentes del elenco están perfectos, también en el momento en el que les corresponde también dar vida al juez, los abogados defensores y la fiscal del caso. Por cierto, es un gran acierto del montaje mostrar también esos momentos de la declaración, porque algunas preguntas de la defensa relativas, por ejemplo, a su actividad en redes sociales, abochornan e indignan. En la función también se escuchan los cánticos de las manifestaciones que apoyan a la víctima y que se llevaron a cabo en Pamplona y en toda España. Hay mucho poder metafórico en esos cánticos que llegan a la sala en la que se celebra el juicio, porque este caso provocó una reacción enorme en la sociedad y provocó un gran debate sobre el Código Penal, el consentimiento y la cultura de la violación

Reconozco que tenía ciertas reservas ante esta obra. No porque dudara de su calidad ni del tono de la misma, sino porque intuía que iba a ser muy dolorosa y opresiva. Lo es. Duele. Impacta. Remueve. Pero justamente de eso se trata. Porque la historia real que cuenta también lo hace. Porque se trata precisamente de llevar a escena ese caso espantoso que obliga a pensar sobre el repugnante machismo, sobre el papel que debe tener el consentimiento en las relaciones sexuales, sobre las agresiones sexuales y el estado de indefensión en el que dejan a la víctima. Porque este caso tiene muchos aspectos terroríficos y espantosos, y uno de ellos es cómo hubo quien se dedicó a juzgar a la víctima, como si ella fuera responsable de algo, como si la culpa de una violación en grupo fuera de ella y no de los agresores, como si el hecho de que ella estuviera de fiesta o charlara con los jóvenes o incluso tonteara con ellos en algún momento justificara lo ocurrido, como si hubiera una única forma de ser víctima y reaccionar ante un caso así.

La escenografía, de la que es responsable Alessio Meloni, es otro de los puntos fuertes de la función. También apoyan las voces en off, que sólo ponen en contexto lo que vemos en la escena, de forma aséptica y descriptiva. El movimiento de los intérpretes sobre el escenario, casi unas coreografía en algunos momentos en los que la víctima se ve rodeada por los agresores, primero, y por sus abogados defensores, después, también tiene un enorme poder narrativo. No puede ser más sensible el caso real que aborda esta otra teatral y no puede ser más acertado el tono, más impactante el resultado final. Teatro que zarandea y reflexiona sobre la realidad, teatro que interpela a su público y analiza la sociedad. Teatro valioso y necesario. Teatro excelente. 

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