La estrella azul


Quizá lo mejor que puede decirse de una película es que aporta algo nuevo al espectador, que lo sorprende, que le hace sentir que está ante un hallazgo. Hemos visto muchos biopics, unas cuantas películas basadas en la vida de cantantes o artistas que cayeron en el olvido, no pocas producciones que cuentan un viaje que es tanto físico como existencial y varias películas metanarrativas que hablan de la propia película. Todo eso ya lo hemos visto y, sin embargo, La estrella azul, que reúne todos esos factores, se antoja especial, aporta algo nunca antes visto


La película de Javier Macipe con Pepe Lorente como protagonista es una auténtica joya. Es un biopic, pero no es un biopic al uso. Cuenta un momento clave de la vida de Mauricio Aznar, rockero zaragozano que tuvo éxito en su ciudad y en los círculos de las salas independientes en los años 90. En un momento bajó de su vida decide viajar hacia el interior de Argentina para conocer a un autor de música folclórica de aquel país que escuchaba de niño con su madre y que le encanta. 


En esa música argentina encuentra el cantante español, el gallego para la gente de allá, el alma, la emoción y la verdad que le pide a la música. Es exactamente eso lo que tiene la película desde el primer plano hasta el último: alma, emoción, verdad. Es un filme poético, con componentes de fantasía, que entremezcla con maestría el rigor y la fidelidad a la figura del artista cuya vida se cuenta con pasajes que echan a volar la imaginación y representan con belleza la importancia de la música, su poder transformador. La película, muy desde el principio, también dialoga consigo misma, hay meta-cine en esta producción cuyas dos horas se hacen cortas. Escuchamos en un momento de la película que los habitantes de Santiago, la zona argentina en la que está rodada buena parte del filme, sienten nostalgia de su tierra antes de irse y eso es un poco lo que siente también el espectador cuando siente que el final se va acercando


Entre los muchos aciertos de la película está su tono, sin morbo en cuestiones como las adicciones del protagonista, con mucha sensibilidad y elegancia. Lo más destacado es esa pureza, esa verdad. El espectador se ve viajando al interior de Argentina con el protagonista, esa zona del país en la que no abundan los turistas españoles, que sólo pasan por allí por el cielo, volando de Buenos Aires a Iguazú. Mostrar esa otra Argentina, no tantas veces vista en la pantalla, es otra de las virtudes del filme, cuyas escenas de música y fiesta transmiten desde la pantalla grande unas inmensas ganas de vivir que hacía tiempo que no sentía en una sala de cine


La película, dedicada a las estrellas anónimas, reivindica esa figura singular de Mauricio Aznar y también la música folclórica, auténtica, la que tiene letras que emocionan y sale del corazón, la que no lo peta en ninguna discoteca ni radio, ni falta que le hace. Y reivindica también la mirada curiosa de otras realidades lejanas, de otras tradiciones culturales. Uno se siente inmensamente afortunado de poder encontrar en la cartelera películas tan personales como La estrella azul. Es muy de agradecer el empeño de su director, que tardó diez años en poder sacar adelante el proyecto. Uno sale del cine con ganas de escuchar una y otra vez sus canciones y también con muchas escenas en la memoria, como ésa en la que el protagonista cuenta el impacto que le causó una escena cuando su hermano mayor apenas tenía cinco años y lloraba al escucha una pieza de música clásica. Su madre le preguntó por qué lloraba y él respondió: “porque es muy bonita”. Esa sensibilidad especial, ese amor al arte, se respira en cada plano de esta película única que es de las que dan un pinchazo en el corazón y se recuerdan con cariño. Sé que volveré a ella. 

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