Bombas, escrúpulos y derechos humanos

La realpolitik es el clima de cinismo y falta de escrúpulos que impera en las relaciones internacionales de nuestro mundo. El episodio de la venta de armas del gobierno español a Arabia Saudí, suspendida en un principio por el temor a que se emplearan en la guerra de Yemen y reanudada después porque a la dictadura saudí le sentó mal y se puso en riesgo un contrato millonario de Navantia con aquel país, es un ejemplo descarnado de la realpolitik. Es una actitud pragmática, si se mira sin principios éticos, o directamente odiosa, por muy extendida y generalizada que esté, que lleva a hacer negocios, incluso con la venta de armas, con dictaduras que pisotean los derechos humanos. 


La ministra de Defensa, Margarita Robles, decidió suspender la venta de unas bombas a Arabia Saudí, que eran una mínima parte de todo el armamento que España vende a este país. La decisión de revisar esa venta estaba sustentada en las recomendaciones de la ONU de no vender armas a los contendientes de la guerra de Yemen, en los compromisos europeos para suspender el comercio de armas con países que no cumplan con los derechos humanos y en las propias leyes y acuerdos internacionales que rigen en España y que impiden vender armas a países en conflicto. La decisión de Robles, aunque fue temporal, aunque afectaba sólo a un contrato menor con Arabia Saudí, desató una gran polémica, con movilizaciones de los empleados de Navantia, cuyo empleo en los próximos años depende en exclusiva de la construcción de corbetas (buques de guerra) para aquel país. 

Son 3.000 puestos de trabajo y se planteó entonces con toda su crudeza, de toma absolutamente descarnada, un dilema propio de estos tiempos de realpolitik y de globalización. La paz social, ese eufemismo, se ponía en riesgo. Y el gobierno ha preferido dar marcha atrás para asegurar la paz social, aunque sea contribuyendo a mantener la guerra en Yemen. Entre 3.000 parados en España y cientos de civiles inocentes asesinados en la guerra yemení la decisión ha sido clara. Entre la paz social y la otra, la que destruyen las bombas que vendemos a Arabia Saudí, el gobierno ha elegido la primera. 

Naturalmente, es una decisión complicada. Es verdad que la inmensa mayoría de los países exportadores de armas (España es el ¡séptimo! a nivel mundial) siguen vendiendo armas a Arabia Saudí. Pero hay otros Estados que no lo hacen o que han empezado a restringirlo, como Alemania, Bélgica, Países Bajos, Noruega, Finlandia, Grecia y Canadá. Y España ha firmado compromisos al respecto. En teoría, no se pueden vender armas a países en conflicto. Pero España, como tantos otros países, choca contra el muro de la realidad, de esta sucia y cínica realidad de nuestro tiempo, y cede ante Arabia Saudí, país que no respeta los derechos humanos, que ataca a civiles en la guerra de Yemen y cuya vigilancia del yihadismo extremista es bastante mejorable, por decirlo con suavidad. 

El ministro de Exteriores, Josep Borrel, por lo demás alguien mucho más inteligente y solvente que la media de la clase política española, realizó ayer en Onda Cero unas declaraciones vergonzosas sobre esta venta de armas a Arabia Saudí. Dijo el ministro, un poco a la manera de Gila y ese monólogo sobre los cañones sin agujero, que las armas de España son muy buenas y precisas, tanto que no pueden causar daños colaterales. Vamos, que matan a quien tienen que matar. El problema es que quien disparará esas bombas es un país como Arabia Saudí, cuyos ataques a civiles en Yemen están más que demostrados. Es decir, no hay riesgo de que se bombardee un hospital por error, sólo lo hay de que se bombardee a propósito, como ya ha ocurrido en varias ocasiones

Partiendo de la base de que es muy complicada la posición del gobierno y teniendo claro que la inmensa mayoría de los países se rigen por esa falta absoluta de escrúpulos en sus relaciones internacionales (ahí está la pleitesía habitual a la dictadura china), la decisión de España es decepcionante. Igual que lo es, por supuesto, la postura de quienes criticaban el buenismo del gobierno y quienes, despojados de cualquier principio o escrúpulo, celebran que el gobierno al final haya abrazado su cinismo. Uno cree más bien que, aunque no haya valido para nada y se haya impuesto la lógica obscena de este mundo, al menos hay escrúpulos en el gobierno. Aunque se terminen sacrificando a la realidad, al menos hay algún atisbo de principio y de dilema ético en el trato con una execrable dictadura que pisotea los derechos humanos. El resultado es el mismo y hay que criticarlo, por supuesto. Pero al menos ha habido un instante de ética, de reflexión sobre lo sucio e indigno de esta realpolitik que propicia vender armas a Arabia Saudí para que siga matando a su antojo a cuantos civiles quiera exterminar. 

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