Para morir iguales

"Uno nunca sabe sabe el pasado que le espera", escribió Rafael Reig en la descomunal novela Lo que no está escrito. En su última obra, la no menos inmensa Para morir iguales (Tusquets), el autor retoma ese idea y sitúa el pasado como tema central del libro, por partida doble. De un lado, el pasado de su protagonista, convencido de que la infancia es la única vida real que conocemos. Y de otro lado, el pasado reciente de España, desde el franquismo a nuestros días, pasando por la Transición, sobre la que posa una mirada inteligente y crítica. Es un libro con hondura, importante, de los que obligan a la reflexión. 

Con un estilo ágil e irónico, el autor consigue plantear una visión lúcida del pasado de todo un país a través de la historia de ficción de Pedrito Ochoa, un chaval de hospicio que vive desde niño decidido a perseguir una gran fortuna, con el mismo ímpetu con el que tantos se emborracharon de dinero en los años del pelotazo. Es un libro inteligente, una ficción muy real, muy reconocible, que plantea reflexiones, por ejemplo, sobre lo peligroso que es a veces el sentido común, sobre todo porque quienes deciden qué es y qué no es sentido común lo hacen, claro, desde su óptica interesada. El protagonista de la obra relata su vida desde aquel tiempo en el hospicio, que le marca para siempre. Y es esa amistad y esa lealtad a sus compañeros de entonces lo que le salva un poco, lo que le impide ser un personaje bastante despreciable. "Tenía cualidades y entusiasmo, pero era de los nuestros: acabó en prisión", leemos en un momento del libro. En el fondo, ese niño que ha pasado penurias no termina de morir nunca, le acompaña ya de mayor, y le marca. Por eso, busca "ese enriquecimiento ilícito, abusivo y acelerado que era el mayor anhelo de mi vida". Y todo ello, claro, en un país que tan alegremente propició esa cultura del pelotazo.


Las páginas iniciales de la obra, llenas de ironía e inteligencia, son especialmente gozosas. En ellas, Pedro Ochoa relata la inesperada e impactante muerte de un compañero de hospicio. También cuenta la convivencia con las monjas, las amistades que construyó entonces y ya nunca le abandonarían y, claro, también una pasión más allá del tiempo y del espacio, de esas imparables e imposibles de sofocar, de las que acompañan toda la vida, por Mercedes. La infancia, en fin, como espacio que moldea la personalidad, que anticipa el futuro, que marca irremediablemente. "Ahora me doy cuenta: para cualquiera con vida, lo único irremediable -y lo único verdadero- es la infancia. Ni los más pobres carecen de ella. Por eso la infancia se parece tanto a la muerte, a todos nos alcanza algún día. Siempre está ahí, inalterable, irreversible, desconocida y esperándonos a cada uno de nosotros, que no sabemos con qué nos encontraremos al mirar atrás y volver a nuestro pasado", leemos. 

De la mano de Pedrito Ochoa, avanza también la historia de todo un país. La muerte de Franco, la llegada de la democracia, el pacto de olvido de la Transición, la izquierda del caviar, la Movida... Y un personaje, Pardeza, también un chaval del hospicio como el narrador, que personifica a tantos en este país con una facilidad pasmosa de reconstruirse para adaptarse a los tiempos y arrimarse al sol que más calienta. "Se había vuelto europeísta con la misma fe con la que abrazó la democracia, el socialismo y la derecha sin complejos". Si un personaje de la obra representa la historia reciente de España, o de la tantos españoles, con sus oportunismos y sus olvidos, es sin duda Pardeza. Escurín, mientras, es el más vulnerable y sensible de los personajes, el mejor amigo de Pedrito Ochoa hasta el final. Uno de los recursos más originales e interesantes de la obra son las conversaciones de Ochoa con la virgen (o algo así), que se le aparece por las noches. 

Como siempre en sus obras, Reig plantea reflexiones apasionantes, como esta distinción entre la vida efectiva y la vida real: "Mereces Ponzano empezó a ocupar más espacio en mi imaginación y también, por así decirlo, en mi 'vida efectiva', para llamar de alguna forma a lo que de hecho sucede, y que para mí había dejado de ser lo mismo que la 'vida real'. Lo que deseamos o lo que nos asusta ¿no es acaso real aunque nunca suceda? (...) Esa 'vida real', que se teje con fantasías, esperanzas o arrepentimientos, altera nuestra 'vida efectiva', la que sucede por fuera, aunque sólo la comprendamos al darle forma desde dentro". 

Otro pasaje memorable: "La organización de la sociedad al parecer juzga conveniente -ella sabrá por qué- establecer una marcada cesura entre la juventud y la vida adulta, que luego supimos que no es otra cosa que la opresiva existencia laboral y familiar, la inevitable claudicación y el derrumbamiento final". Rafael Reig, crítico, irónico y lúcido, hace pensar siempre al lector y sus obras siempre dejan el regusto delicioso de la buena literatura. 

Comentarios