El ejemplo italiano

Vivimos en una sociedad tan utilitarista, en un mundo tan dominado por el dinero, donde absolutamente todo debe tener un sentido económico, que noticias como la conocida ayer sobre el cheque cultural del gobierno italiano habrá escandalizado a más de uno, dejándole perplejo. La medida consiste en repartir 500 euros de dinero público a los jóvenes de 18 años, nacidos o residentes en Italia, para poder dedicarlas a visitar museos, cines, teatros o salas de conciertos, o para comprar libros o para acceder a cualquier otra representación cultural. Ya imagino los alaridos de quienes son incapaces de mirar más allá del prisma económico, ese que tantas veces parece el único posible: ¡Dinero público! ¡Italia, con lo mal que está su economía! ¡Qué dispendio! ¡Quien quiera cultura, que se la pague! Y así. 


Es una de las noticias más ilusionantes y ejemplares del verano. Escasean las buenas noticias y esta es una de las mejores que recordamos en bastante tiempo. Insisto, imposible de valorar por aquel que se fije sólo en los 290 millones de euros que le costará al gobierno de Renzi poner en marcha esta medida desde el 15 de septiembre. Cuesta encontrar gobiernos con una cierta sensibilidad cultural. Importan más las cuentas que las letras. Por eso asombran tanto noticias como esta. Por eso fascinan y maravillan de un modo tan intenso. No digamos ya visto desde España, ese país cuyos gobernantes desprecian abiertamente la cultura, imponiendo el IVA más alto de la UE a las entradas de cine o de teatro. De hecho, la medida del gobierno italiano tiene su antítesis más cruda en la política cultural de España en los últimos años (no necesariamente sólo estos últimos cuatro). En esa medida, la de imponer el IVA del 21% a la cultura, en lugar de comprender que es un bien que se debe proteger y fomentar, reside la diferencia abismal entre ambas formas de entender la política y el servicio público. 

El gobierno español, inmerso en una situación financiera desastrosa, sí, al borde del rescate, de acuerdo, vio la cultura, y la sigue viendo, ahora que llega la tan cacareada recuperación económica, como una partida más de la que recortar, no demasiado importante, nada sustancial. El de Italia, en una situación financiera no excesivamente boyante, piensa que es algo que trasciende a la economía. Y, además de pensarlo, lo demuestran con hechos. Entienden que un libro es algo distinto a un producto o un bien de consumo. Que tener jóvenes formados y cultos es la mejor inversión posible. Que el acceso a la cultura es hoy muy costoso para los jóvenes, y que se debe hacer lo posible por eliminar las barreras que les separan de novelas, obras de arte y funciones teatrales. Que tal vez un buen modo de combatir la piratería sea ayudar con dinero público a que los jóvenes vayan a conciertos, visiten museos, llenan las salas de cine o se entreguen a la aventura de la literatura. Que un libro a tiempo cambia vidas. Que una sociedad que lee será siempre más crítica, más rica, más preparada. Que, en fin, la cultura es algo que vale la pena defender. 

Imagino los mil y un argumentos de quienes estén horrorizados con esta medida. Las partidas en las que el gobierno italiano habrá recortado. Las necesidades imperiosas de los ciudadanos más necesitados. Que si de poemas y películas no se come. Que si esos 290 millones se podrían destinar a algo más importante. Que si dar dinero público para acceder a la cultura no arregla nada porque al final esos jóvenes seguirán pirateando. Que si Italia, uno de los países que peor lo ha pasado con la crisis, no está para afrontar estos gastos. Que si hay cosas mucho más importantes que esto. Que si la medida es injusta porque le da la misma cantidad al acaudalado hijo de una familia rica que al hijo de un parado. Que si es una medida populista... Desde un punto de vista utilitarista, es decir, desde el punto de vista que hoy domina el mundo, esta medida es una pamplina. Desde la certeza de quien es consciente del poder transformador de la cultura, es un ejemplo a seguir. Y mucho mejor nos iría si todos los gobiernos mostraran un compromiso con el arte similar al del ejecutivo italiano. 

Importa la literatura. Importa que un joven tenga acceso a libros, canciones o poemas, no sólo que sepa cómo pagar las facturas o el modo correcto de pedir una hipoteca al banco o de convertirse en emprendedor. Lanza un mensaje tan hermoso, tan excepcional, esta medida, que no parece real. No parece de este mundo. Conviene medir este cheque cultural en experiencias, en regalos de conocimientos, no necesariamente prácticos, de esos que se traducen en ganar más y más dinero, y de sensaciones, no en cifras. Es algo que no se lleva nada en esta sociedad. Por eso esta medida será tan incomprendida por tanta gente, que empezará a echar mano de frías cifras macroeconómicas. Pero es que lo que busca la iniciativa, lo que resulta tan inspirador de ella, va mucho más allá de la visión económica que impera en la sociedad. Por eso tiene tanto valor. Hablamos de propiciar que un joven, además de una buena formación en una universidad pública o un centro de formación profesional, donde acceda en igualdad de condiciones con el resto de alumnos por méritos, no porque sus padres tengan mucho dinero, pueda también acercarse al mundo de la cultura. El más importante legado de la sociedad a sus jóvenes, impulsado por las autoridades. 

Una medida que muestra algo poco frecuente, una visión a largo plazo, que antepone los intereses intangibles de impulsar la formación de los ciudadanos, a los inmediatos réditos de subir impuestos a las entradas de cine o de teatro. Es la inteligencia frente a la ceguera. La sensibilidad frente al utilitarismo. Una visión humanista de la vida frente a otra puramente económica. El destello inspirador de esta medida frente al deprimente menosprecio a la cultura de nuestro gobierno en funciones. La certeza de quien sabe lo que puede cambiar una vida, y un país, una biblioteca o las funciones en un teatro ante quienes no ven más que números y cuentas que cuadrar (aunque ni así cuadren). Es, en fin, algo que vale mucho más que 500 euros por joven con 18 años. Algo que trasciende el dinero, aunque eso resulte tan inconcebible, poco menos que herético, en la religión del dinero y del sentido práctico de todas las cosas que nos invade. Gusta imaginar que un joven italiano descubrirá un clásico de la literatura universal, visitará por primera vez uno de los imponentes museos del país transalpino o acudirá a obras de teatro donde se le invite a reflexionar gracias a este cheque de la cultura. Al final va a resultar que gobernar, al final, puede ser algo más que ejercer de contable. Qué locura. 

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