"César & Cleopatra", en Mérida

Hace más de dos mil años, el emperador Octavio ordenó construir en la antigua Augusta Emerita un formidable teatro que, desde hace 61 años, acoge el festival de Teatro Clásico de Mérida. En este espacio mágico resuenan las voces de civilizaciones pasadas, de pueblos extinguidos, de tradiciones que han llegado a nuestros días. En este escenario, iluminado por la luna y las luciérnagas que cruzan por el teatro ocasionalmente, se viven espléndidas noches de verano en la hoy capital extremeña. Noches de cultura, de revivir el pasado interpretando clásicos o proyectándolo al presente con versiones libérrimas y originales de esas que tal vez incomoden a los puristas pero que atraen a toda clase de público y sirve para darle una visión moderna a historias y personajes inmortales. 

Es Mérida una ciudad que conserva con mimo el legado histórico, una localidad que redescubre a diario los restos de su pasado, que conserva en cada calle el recuerdo de la civilización romana, de esa importante capital lusitana que fue hace dos milenios. El templo de aquella época, su excepcional teatro romano, es hoy escenario de obras que, con la mirada al pasado como punto de unión, llenan el verano de amores, pasiones, odios, muertes, venganzas, amistades, lealtades quebradas, imperios caídos, ciudades levantadas en armas. Uno viaja atrás en el tiempo cuando accede al Teatro Romano de Mérida. Atraviesa un túnel que no sólo da paso a su asiento para asistir a la representación, sino también, y sobre todo, te transporta años atrás en el tiempo. Como pueden hacer los personajes de César & Cleopatra, la obra elegida con la que cumplir el sueño largamente anhelado de disfrutar del Festival de Teatro Clásico de Augusta Emerita. 

Es una obra original en la que César y Cleopatra rememoran desde la eternidad su pasada pero nunca terminada, ni siquiera con la muerte, historia de amor y dialogan con su yo del pasado. Se encuentran el general romano y la reina egipicia dos siglos después de haberse visto por última vez y dos milenios tras su muerte. Miran al pasado, al suyo y al de la humanidad, a lo vivido por ellos y a lo visto desde la eternidad en estos 2.000 años, con lucidez, ironía y escepticismo, pero no con cinismo, que es la tentación en la que resulta tan sencillo caer cuando se ha vivido lo suficiente para ver que este mundo no tiene arreglo, o no parece tenerlo al menos. 

Nos encontramos con un César adulador, algo engreído aún, pero ya tratándose a sí mismo con mucha menos gravedad que en el pasado. Un césar aún mujeriego, soñador y con ansias de grandeza. A su lado, una Cleopatra todavía desbordante de sensualidad y capacidad de seducción, inteligente, poderosa. Ambos inmortales, eternos. Los dos espantados por actos cometidos por ellos mismos en el pasado. Ambos doloridos por lo poco que parece haber evolucionado el mundo. Por esa sucesión de civilizaciones que se crean y se destruyen, por esa pertinaz forma nuestra de no aprender del pasado. Es sublime una escena en la que la Cleopatra eterna le cuenta a la joven que la Biblioteca de Alejandría, esa en la que tras siglos de esfuerzos se reunió todo el saber de la humanidad en aquel entonces, ya no existe, desapareció. "¿Habrá que volver a pensar todo lo pensado hasta ahora? ¿Escribir todo lo escrito?", responde espantada la reina egipcia, que aunque quiera no puede luchar por cambiar la historia. 

Han visto los dos personajes de la historia sueños esfumarse, imperios en apariencia invencibles derribados, guerras cruentas, batallas sin sentido a la que soldados enfervorizados eran enviados a una muerte segura por gobernantes insensibles y ambiciosos, sufrimiento, fanatismo, "más dolor del que no podrías ver en toda una vida", le resume Cleopatra a su yo del pasado. Una Cleopatra pacifista ("hay que ganare la paz"). Y pese a todo lo vivido, pese a entender que, dos milenos después, este mundo sigue enfermo, César y Cleopatra piensan aún que lo importante no es el destino, sino el viaje. Adoptan una actitud irónica y escéptica, pero no cínica ni relativista. Disfrutan, con un whisky de por medio, rememorando el nacimiento de su historia de amor, ambición, poder, erotismo. Lo hacen desde la eternidad de 2015, con ella informándose de la actualidad a través de un iPad y él siendo un enamorado del tango argentino y aprendiendo a hablar inglés, la lengua del nuevo imperio. 

El texto de la original historia está cargado de retranca, ironía e intención. Contemplamos a una Cleopatra (magistral Ángela Molina) feminista que abomina de la interpretación que los historiadores (hombres todos ellos) han hecho de su personaje. "Los historiadores son todos unos misóginos de mierda", le espeta a César, dolida por que en los libros de Historia parezcan resaltarse más sus dotes amatorias y  su sensualidad que su inteligencia y su capacidad de gobernar un reino poderoso como el antiguo Egipto. Poco se ha avanzado en muchas partes del planeta en lo que a los derechos de la mujer se refiere y la obra se encarga de recordarlo. Como destaca también el paso atrás en la libertad sexual. Los dos personajes rememoran bacanales y relaciones con personas de ambos sexos. 

También se abordan otros temas serios como la religión, retratada en su justo lugar de represora de libertades y derechos, la ambición ciega por el poder, el fanatismo... La obra hace varios guiños a la actualidad celebrados con aplausos por el público, como cuando el joven César habla de los pueblos que vivían en lo que hoy es España, ya entonces cerriles y enfrentados entre sí, incapaces de ponerse de acuerdo, remarcando siempre lo que les separa. Qué actual. Asombra lo poco en algunos aspectos hemos cambiado. Ángela Molina y Emilio Gutiérrez Caba, que dan vida magistralmente a los César y Cleopatra inmortales, representan la madurez, la sabiduría del pasado de los años, la inteligencia. Demuestran con su ironía y su serenidad que crecer es ir perdiendo certezas, ir moderando las posturas cerradas, corregirse y censurarse a uno mismo, arrepentirse de decisiones que en su momento tomó muy convencido, tratar de perdonarse, compadecerse de la ignorancia del pasado, cuando todo era impulsividad... 

Pero algo permanece. En el fondo, queda un cierto mensaje optimista, un espacio para la esperanza. El amor entre ambos personajes reluce. La relación de respeto y veneración mutuas. Los dos tuvieron a otros hombres y mujeres en sus camas, pero nadie como la otra parte. Nadie para César como Cleopatra ("ella sí que era una diosa") y ninguno como César para ella. "Yo no te traicioné", le echa en cara Cleopatra al general romano por sus múltiples infidelidades. "Yo a ti tampoco. Jamás te prometió fidelidad, sólo amor", le responde él. Fascina esa mirada cariñosa al pasado compartido y la promesa de acompañarse siempre en la eternidad, el deseo de volver a encontrarse y estar juntos más allá de la muerte. 

Los cuatro actores que interpretan la obra cumplen con nota. De los jóvenes, Lucía Jiménez y Marcial Álvarez, cabe decir que tienen momentos de lucimiento (el final de ambos personajes es sublime) y, sobre todo, que no es fácil compartir escena con los dos actores maduros, Ángela Molina y Emilio Gutiérrez Caba. Hay que tener mucha valentía para dar la réplica en el escenario a estos dos gigantes de la interpretación y mucho valor para salir airosos de ello. Y así sucede. Ángela Molina deslumbra, fascina, atrapa, enamora. Es increíble que de ese cuerpo tan menudo salga tal energía. Alumbra la cerrado noche de Mérida con su interpretación, con sus diálogos afilados e inteligentes, con sus sensuales bailes, con la sabiduría de un personaje que, sí, es un caramelo para toda actriz, pero del que ella se adueña con maestría. Lo mismo cabe decir de Gutiérrez Caba, que brilla interpretando al César escéptico de la eternidad, el que reflexiona sobre su pasado y el avance de la humanidad. Impresionante la escena en la que recuerda el aviso, que el César joven e impulsivo no quiso atender, de cuidarse de los idus de marzo. 

Trasluce de fondo de esta obra el mensaje de que, en ciertos aspectos, es poco lo que ha avanzado la civilización y que incluso en algunos hemos ido hacia atrás. Poca nostalgia debe tenerse de periodos históricos donde, no lo olvidemos, hombres y mujeres no podían asistir juntos al teatro y donde estaba generalizada la esclavitud. Pero, aun así,  es cierto que resulta poco alentador que, dos milenios después, las guerras sigan asolando partes del mundo, que el fanatismo religioso continúe imponiendo su rígida y asfixiante forma de entender la vida, que no hayamos ganado la paz. El mundo está enfermo y parece tener difícil arreglo, pero puede que el teatro sea el mejor síntoma de superveniencia, de resistencia, de que queda esperanza. Que dos milenios después nos siga emocionando la palabra recitada por un actor, que nos fascine por igual la interpretación de historias que nos remueven, asombran y enseñan, con las que sentimos, disfrutamos, sufrimos y aprendemos, es una buena señal. Es indicio de que no todo está perdido. Que si conservamos vicios del pasado y rémoras en materias de igualdad y de derechos, también mantenemos la mejor tradición de otra época. En el mismo escenario que hace 2.000 años se interpretaron obras teatrales en Augusta Emerita, hoy una ciudad entera vibra con un Festival de Teatro Clásico deslumbrante al que pienso volver. 

Comentarios

Rafa D ha dicho que…
"Cleopatra y Julio César", dirigida por la infame Magüi Mira, una degenerada para la que "moderno" y "humor" significa reducir al público al nivel de oligofrénicos consumidores de Disney. Perlas humorísticas como: "César, tienes nombre de ensalada", "Los historiadores son unos misóginos de mierda" o "Vamos a hacernos un selfie" son algunas de las cosas que nunca se deberían de oír en este teatro y menos en un festival de (lo repetiré) Teatro Clásico.

Efectos sonoros y lumínicos innecesarios, una escenografía que empequeñecía el escenario, quizá para que no se notara la cutrería de la propuesta. Números musicales metidos con calzador porque nadie le ha dicho a Ángela Molina que no sabe cantar. Aún más caos para un guión absolutamente deslabazado trufado de interrupciones dignas de tertulia televisiva ultraderechista.

Es la típica obra para septuagenarios analfabetos de provincias que vienen al teatro a Madrid en Navidades a ver cosas ligeritas y reirse un rato. Se llama a los protagonistas Julio César y Cleopatra, le añaden un par de citas y datos históricos y se convierte una historieta cutre de cuitas de pareja en... teatro "clásico". Con dos ovarios.

Ángela Molina está acabada y el resto del reparto, correcto, poco pueden hacer en un bodrio semejante. Quizá el momento, bien entrada la obra, del diálogo entre los dos Césares sea la parte más digna, más teatral, más clásica que pueda salvarse... Aunque la sobreactuación de Marcial Álvarez y Emilio Gutiérrez-Caba hace imposible creerse la escena.

Magüi Mira es un personaje nocivo para el teatro; intelectual orgánica del régimen del PSOE, integrante de la casta-mafia del artisteo progre. Feminismo de baratillo y referencias políticas tan burdas como sus chistes. Pero la culpa no la tiene ella, la tiene quien programa estas aberraciones. Se están cargando el Festival.

Esta obra (como la 'Gurruchagada' del año pasado) son insultos a Mérida, a su teatro, al Teatro Clásico y al público.
Alberto Roa ha dicho que…
Gracias por opinar, Rafa.

Como comprobarías si leíste el artículo, discrepo bastante de tu opinión. Creo que en un teatro clásico se pueden abordar personajes o historias pasadas desde prismas actuales. Lo que sería triste es que desaparecieran las grandes obras clásicas, pero pienso que nada hay de malo en dar cabida a otro tipo de planteamientos menos convencionales.

Gracias de nuevo.